Capítulo 6.

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—¿Tienes mucha prisa, futura esposa? —Daniela se colocó justo delante de mí y me obligó a pegar la espalda contra la pared—. ¿Otra reunión que no puedes perderte? ¿Otro lugar al que ir a discutir «problemas de intimidad»?

—Nunca dije que tuviéramos problemas íntimos. Eso ha sido un error del doctor, y lo sabes.

—Mmm... —Pasó los dedos por mi collar—.

—No me puedo creer que me hayas obligado a hablarle de nuestra vida sexual.

—No tenías por qué decirle la verdad.

—Pensaba que se trataba de ser sinceras. —Se pasó las manos por el pelo—. Y ya te he dicho un montón de veces que yo no miento.

—Bueno, ¿entonces por qué no le has dicho lo que yo había escrito de verdad?

Me deslizó la mano por debajo de la falda
—Si quieres, podemos volver a subir y con mucho gusto le diremos que mi futura esposa deseaba tener mi cabeza entre sus piernas.

Me sonrojé al tiempo que negaba con la cabeza.

—¿Segura? —Me tiró de la ropa interior—. No me parece mal lo que pone.

—Está bien...

Bajó la boca por mi cuello y se tomó su tiempo para besarme la piel mientras me rodeaba la cintura con los brazos.
Miré los números de los pisos, que brillaban sobre las puertas mientras íbamos
bajando: ocho, siete, seis... Y la empujé, apartándola de mí.
—Casi hemos llegado al vestíbulo —le murmuré al tiempo que me movía.

—No. No es así. —Apretó el botón de parada y se acercó a mí para apretarme de nuevo contra la pared—. De hecho, creo que tienes un enorme problema de intimidad, María José.

—¿Qué?

—¿Por qué solo puedes ser sincera conmigo con respecto al sexo en los mensajes de texto y en las fichas del psicólogo?

—¿De qué hablas?

—Sabes perfectamente a qué me refiero. —Me interrumpió con un beso al tiempo que me subía el vestido lentamente hasta el estómago—. Siempre tengo que andar leyéndote la mente, o sacar conclusiones de esos comentarios tan sabiondos tuyos para saber lo que quieres... ¿Por qué?

—Es que... —Cuando me miraba así, cuando clavaba los ojos en los míos y exigía respuestas que yo no tenía, no era capaz de concentrarme.

—Si te gusta que te folle con la boca, ¿por qué no me lo dices cuando estamos en casa?
Me mordí los labios mientras deslizaba un dedo en mi interior, sosteniéndome con el otro brazo.
—¿Mmm, María José? Estoy aquí... Dime qué quieres.

—Daniela... —gemí. Estaba apretando el pulgar contra mi clítoris, castigándome con círculos lentos y sensuales.

—¿No me puedes explicar ahora por qué no prefieres esperar a que llegue de trabajar que decírmelo en un mensaje de texto?

—No...

—Entonces, dime qué es lo que te gusta...

—Todo...

El escaso espacio que quedaba entre nosotras desapareció mientras ella mantenía el pulgar ocupado, y acercó la boca a mi oreja. —Dime que te encanta que te folle con la boca.

—Me encanta.

—Dilo.

Tragué saliva.
—Me encanta cuando bajas la cabeza hasta mi...

Suspiró y se alejó de mí lentamente, lo que me hizo pensar que iba a pasar de todo para pulsar el botón de puesta en marcha, pero me dio la vuelta para dejarme de frente a un rincón y me agarró por la cintura.

—Tienes razón... Necesitamos mejorar la comunicación entre nosotras.

—Daniela, aquí hay oficinas federales. El departamento de bomberos... —Me interrumpí al notarla a mi espalda, esforzándose por penetrarme cada vez más profundamente.

—Si crees que voy a considerarme feliz en mi matrimonio cuando ni mi propia esposa es capaz de decirme lo que quiere, estás muy equivocada, María José. —Me mantuvo inmóvil una vez que estuvo dentro por completo. Entonces, me besó la nuca con rudeza—. Dime-qué-te-gusta —susurró una vez más.

No podía pensar. Estaba demasiado preocupada con la idea de que el Cuerpo de bomberos necesitara usar el ascensor en ese momento y lo que podían flipar si me encontraran a mí de pie en una esquina con Daniela profundamente enterrada en mi interior.
Antes de poder centrarme en la realidad y responderle, se retiró con rapidez y volvió a hundirse, repitiendo el ritmo una y otra vez, lo que me hizo gritar más fuerte que nunca.

—María José, te he hecho una pregunta. —Me agarró los pechos y los apretó mientras chocaba contra mí, arrancándome un gemido en cada ocasión.

—M-me gus-s-s-ta... —tartamudeé—. Me gusta cuando...

—¿Sí? —Llevó una mano a mi clítoris y se puso a frotarlo con el ritmo que yo tan bien conocía.— ¿Cuando qué...?

—Cuando me follas con la boca... —Se puso a acelerar sus embestidas, por lo que me resultó difícil acabar la frase.

—Ter-mi-na-lo-que-es-tás-di-ci-en-do —ordenó.

—Espera... Me encanta cuando tú...

Sonó una voz por el altavoz del ascensor.
—Edificio de Waldo Emerson & Asociados, aquí la unidad 861 del Cuerpo de bomberos—Está al habla el jefe Brennan Marshall. Hemos notado que el ascensor se ha bloqueado hace más de seis minutos. ¿Hay alguien en el interior?

—Sabes que me importa una mierda que nos vean así... —Daniela se inclinó para cogerme las manos y me las puso por encima de la cabeza, apretadas contra la pared—. Y no voy a parar cuando se abran las puertas si tú no me has respondido.

—¿Hay gente dentro? —repitió el jefe de bomberos—. Mmm... Es posible que no me oigan... —añadió en voz baja.

—Hay gente dentro. —Daniela respondió con calma, pero sus embestidas en mi interior no eran precisamente pausadas. Yo me esforzaba por contener la respiración y me mordía el labio para no gritar.

—Vale, no se pongan nerviosas. Ahora mismo enviaremos un equipo.

Hubo otra serie de pitidos que puso fin a la conversación, y luego todo se volvió borroso a mi alrededor. De repente, estaba gritando con toda la fuerza de mis pulmones mientras ella me llevaba a un orgasmo infinito al tiempo que me exigía que le dijera lo que quería una vez más.

—Me encanta cuando... —Dejé caer la cabeza hacia atrás, contra su hombro, con el cuerpo débil—. Que me folles con la boca. —Cerré los ojos mientras las rodillas me cedían.

Lentamente, se retiró de mi interior y dejó que resbalara hasta el suelo.
Quería quedarme allí sentada para siempre, extasiada, rebosante de felicidad y satisfacción, pero Daniela me hizo levantarme y me abrazó contra su costado al tiempo que apretaba el botón para reiniciar la marcha, presionando la planta que estaba encima del vestíbulo.
Cuando salimos del ascensor, mantuvo un brazo en mis hombros y me condujo al exterior por la escalera de emergencia. En cuanto me golpeó la cara una bocanada de aire fresco, respiré hondo.

—¿Por qué siempre me haces esto? ¿Tan difícil te resulta esperar?

—Es la única manera de conseguir que me digas la verdad... —soltó—. Y además, creo que te gusta...

Miré al techo mientras trataba de no sonreír.

—Te amo, María José. —Me besó en la frente mientras tocaba mi collar—. No sé por qué eres tan reservada a la hora de hablar de sexo conmigo, pero no debería ser así. Deberías ser capaz de decirme lo que deseas siempre que quieras, y me aseguraré de que lo hagas.
Me besó de nuevo y me rodeó la cintura con los brazos mientras me llevaba al aparcamiento.
Según nos acercábamos a los coches —su Bugatti y el mío—, me hizo darme la vuelta para que la mirara.
—¿Todavía crees que necesitamos terapia prematrimonial? ¿Debemos discutir otros problemas de intimidad?

—No...

—Mmm... —Apretó los labios contra los míos—. Tienes suerte de que tenga que coger un vuelo en este momento —aseguró cuando alejó su boca de la mía, apretando una tarjeta arrugada contra mi mano—. Nos veremos en casa a las seis.

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