Capítulo 24.

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POCHÉ

Estaba sentada en el asiento trasero de la limusina pasando los dedos por el collar nuevo. Solo podía pensar en la forma en la que me miraba Daniela la noche anterior mientras bailaba, en la forma en la que me había besado cuando terminé.

—¿Hay alguna razón por la que lleves puesta esa sonrisa idiota desde hace media hora? —Mari arqueó una ceja.

—¿A qué sonrisa te refieres?

—A la sonrisa «estoy bien follada». —Puso los ojos en blanco—. La conozco muy bien. Y ¿qué me dices de esos chupetones? —Se inclinó para tocarme las marcas rojas que tenía en el cuello.

—¿Chupetones?

—Esa idiota te ha marcado a fondo, ¿verdad? Porque vas a estar inaccesible una semana y quiere que todos los demás hombres sepan que no estás disponible, ¿eh? ¡Es ridícula!

Me reí y miré por la ventanilla mientras nos acercábamos a la pista de aterrizaje donde un avión tenía un letrero encima de la puerta:

«ÚLTIMO FIN DE SEMANA DE POCHÉ EN LIBERTAD».

Mari me había dicho que había comprado pasaje en primera clase para el vuelo, pero Daniela la había llamado horas antes, insistiendo en que usáramos su avión.

—Poché, ¿llevas el pasaporte? —Mari me miró antes de que Greg abriera la puerta.

—¿Para qué lo necesito?

—Porque cuando uno se va fuera del país, necesita un pasaporte para salir y volver a entrar. Por favor, dime que lo llevas encima.

—¿Fuera del país? Pensaba que íbamos a Las Vegas.

—¿A Las Vegas? ¿De verdad? Si allí fui el año pasado... De hecho, vamos a Costa Rica.

—¿Qué?

—¿Por qué crees que he presumido tanto de ello? Quiero que experimentes la juerga total. Vamos. —Me arrastró hacia el avión.

—Pero le he dicho a Daniela que íbamos a ir a Las Vegas.

—Se suponía que ella no tenía que saber nada. Es tu despedida de soltera, Poché.
Lo que pase en Costa Rica queda en Costa Rica, a menos que tenga un visado para entrar en Estados Unidos y yo quiera tenerlo a mi disposición durante un par de semanas. —Me guiñó un ojo al tiempo que me hacía un gesto para que subiera al avión.

Di un paso para entrar en el aparato con una inspiración profunda y pasé junto a dos carritos con botellas de licor. En el primer asiento había un enorme ramo de lirios blancos con una tarjeta, que leí con una sonrisa.

«Estimada futura esposa y bailarina exótica:

No me parecen demasiado atractivas las próximas dos semanas de tortura, pero espero que disfrutes tu despedida de soltera —no demasiado, no nos pasemos—. Durante esta semana, estaré en la suite del ático en el Caesar Palace de Las Vegas por si necesitas algo.

Tu futura esposa y sobrecogida admiradora, Daniela.

P. D.: Te amo».

Luego me di cuenta de que había algo más en el sobre, un blíster con cuatro pastillas rojas y un Post It:

«Para que puedas dormir en el camino de ida y vuelta.

Daniela ».

—Bienvenidas a bordo, señoras —oí que decía Mari mientras unas risitas agudas inundaban la cabina.
Cuando me giré, me encontré cara a cara con unas buenas amigas, Kim y Bianca, tan maquilladas y bien vestidas que parecían un anuncio del Cosmopolitan, algo lógico, pues las dos habían sido modelos. Mari las había conocido un par de años antes que a mí, y siempre se jactaba de que las había ayudado a demandar a Maybelline por millones de dólares.

Todavía recordaba el día que las conocí, aquella vez que me había atrevido a ver desnudo a un completo extraño y me animaron a rozarme contra su polla... solo para que comprobara si era tan grande como parecía. Afirmaban que era el primer paso para superar lo de Richard, para que viera que había algo mejor.

«No puedo estar sola con ellas tres durante una semana... ¿Dónde demonios está Paula?».

—Me alegro de veros de nuevo. Ahora vengo. —Sonreí y me escapé al cuarto de baño.
Al instante saqué el móvil para llamar a Paula.
Su teléfono sonó seis veces antes de que descolgara.

—¿Hola? —susurró.

—Dime que estás camino del avión. El vuelo sale dentro de media hora.

—Ohhh, no... Lo siento mucho, Poché.

—¿Estás diciéndome en serio que no vas a venir a mi despedida de soltera?

—No lo he hecho a propósito. Estaba preparada para salir esta mañana, pero...
¡me he comprometido! —gritó—. Michael me lo ha pedido y mañana salimos para Francia. ¿Te lo puedes creer? —Se oyó la voz de un hombre de fondo—. Espera, espera... Sí, es Poché. Dame diez segundos.

«¿Diez segundos?».

—Lo siento de verdad. Te lo compensaré, te lo prometo. Iremos a tomar una copa en cuanto vuelva.

—No puedes dejarme sola con Mari y sus amigas... No puedo enfrentarme a todas juntas.

—También son tus amigas, Poché. —Supe que estaba mirando al techo—. Quizá si las vieras más a menudo no estarías tan nerviosa.

—¿Crees que estoy nerviosa?
La comunicación se interrumpió.

«Uff...». Negué con la cabeza.

—¿Sexo telefónico? —preguntó Bianca abriendo la puerta. Se pasó las largas trenzas castañas por encima del hombro—. ¿Es eso?

—Bianca, la puerta estaba cerrada.

Se encogió de hombros.
—Cuando hacía campañas por el extranjero y nadie hablaba inglés a mi alrededor, me gustaba llamar a casa para follar por teléfono.

—No estaba teniendo sexo telefónico, sino que estaba hablando con Paula.

—No es necesario que me des explicaciones. Si yo estuviera comprometida con Daniela Calle, también tendría sexo con ella de cualquier forma posible y en cualquier momento. Apuesto a que folla como una  diosa.

«Oh, Dios mío...».

—¿Majo? ¿Bianca? —gritó Mari desde la cabina—. Estamos a punto de tomar los primeros chupitos de la noche.

Me levanté y seguí a la modelo fuera del cuarto de baño, recordándome a mí misma que el viaje solo duraba una semana y que, a pesar de que eran mujeres salvajes, no permitiría que me llevaran a hacer algo que molestara a Daniela.

—Aquí tienes, Poch. —Kim me dio dos chupitos—. Pareces mucho más feliz que la última vez que te vi, el año pasado. Es como si brillaras.

—Gracias.

—Si yo estuviera acostándome todos los días con alguien millonario, es probable que también brillara... —Mari cogió la botella de vodka y llenó los vasos—. Hablando de eso, ¿Andrew sigue solo?

Puse los ojos en blanco antes de beberme los chupitos. Me asaltó la repentina sensación de que iba a tener que estar borracha toda la semana.

Mari volvió a llenarlos con rapidez y luego alzó el suyo.
—Por los hombres con pollas enormes, el sexo infinito y los últimos días de Majo como mujer soltera.

Todas nos reímos y bebimos de nuevo antes de que la azafata nos pidiera que ocupáramos nuestros asientos.

Cuando me senté, envié a Daniela un mensaje de texto: «Pasaremos la semana en Costa Rica. Te amo», y me tomé dos de las pastillas que me había dado. Antes de que me diera cuenta, estaba dormida.



















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MI JEFA OTRA VEZ | PT2Where stories live. Discover now