Capítulo Treinta y Cuatro

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Capítulo treinta y cuatro.

Meredith Allen.


12 de diciembre, 2016.

Reconozco que mi respiración es temblorosa en el momento en el que me detengo frente al que supongo es el lugar en donde quería estar.

—¿Es aquí? —le pregunto en español al trabajador.

—Es aquí. Esta es la tumba de la señora María Alejandra de López.

Asiento con lentitud y le entrego tres billetes de cien que lo tienen sorprendido, pero que no duda en tomar en tanto permanece a mi lado y se saca su gorra en alguna señal de respeto hacia una difunta.

Veo el pasto seco y descuidado ocultando la lapida y ni siquiera logro entender en dónde empieza y termina la parcela en donde descansan los restos de mamá, es doloroso porque se siente cómo si hubiese sido olvida incluso cuando siempre pensé en ella.

Debí haber hecho más, aun me cuesta creer que Rochelle profanará sus restos para que no me relacionaran con ella, que me hiciera desconocer en donde se encontraba mamá y el estado es tan lamentable.

—Es una historia muy triste la de cómo removieron sus restos hasta acá, siempre me pregunté en dónde estaría su familia —comenta el trabajador de mediana edad.

—Aquí estoy —susurro.

Con lentitud bajo sobre mis rodillas cubiertas de la lycra deportiva y cuando el señor señala que me ensuciaré, rio.

—¿Sabe? Antes amaba jugar con la tierra —Es todo lo que respondo.

El césped seco me pica porque la tela es muy fina, también escucho el zumbido de los mosquitos y lucho para que no me piquen demasiado en los brazos desnudos en donde el sol me está calentando con fuerza, pero nada de eso importa cuando mis manos con manicura perfecta y esmalte naranja, comienzan a arrancar puñados de la grama en un vago intento de localizar la lapida de mamá.

—Señorita...

—Mary Alena, llámeme así.

—Mary Alena, se lastimará las manos, deje que me encargue del trabajo una vez se haya ido.

—Pero quiero ver su nombre... —murmuro.

El trabajador ve mi rostro y suspira.

—Déjame ir por algo con lo que podamos despejarla un poco.

—Muchas gracias...

—Ramón —completa dándome un asentimiento antes de alejarse.

Espero a que esté lo suficiente lejos y continúo arrancando el césped incluso cuando me hace daño en las manos, pero hay demasiado de ello.

Ramón no tarda en volver y me da una de esas miradas de reprimenda que supongo usan los padres en tanto tomo las flores que compré y me hago a un lado viendo cómo con un machete comienza a limpiar el lugar.

No puedo creer que me encuentre en Puerto Rico, a dos pueblos del pueblito en donde nací porque aquí fue donde el investigador privado me garantizó que se encontraban los restos de mamá.

No fue fácil tomar la decisión de tomar este vuelo, sentía miedo de cómo me sentiría al volver a este país del que me fui en tan malos términos, pero al final eso no fue lo que sentí, lo que me embargó fue una profunda tristeza al darme cuenta de que había perdido mi conexión con estas tierras.

Conservo mi español, mis recuerdos, pero de alguna manera siento que perdí mis raíces y que debo aprender a asociarlo con recuerdos felices y no solo tristeza, porque es un país hermoso en el que me tocó vivir en carencias, sé que podría reconectar con el si lo intento y si libero los terrores del pasado, algo que llevo trabajando durante años con mi terapeuta, pero aun me falta para llegar ahí.

Una Novia Para Max (BG.5 libro #5.5)Where stories live. Discover now