27. Sexo, desayuno de campeones

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Capítulo 27. Sexo, desayuno de campeones

No hay mal que por bien no venga. Sobre todo, cuando ella es el mal.

Me despierto de la pesadilla en la que escucho a Teinner gritar. De la misma forma que lo escuché hace unos días.

Volteo la cabeza para encontrar que sigue dormido. Sigue tomando medicamento y sigo colocando cremas en sus heridas para que cicatrice. 

Van a quedar marcas en su espalda como una señal al tacto. 

Sé que Teinner está molesto por lo que le hicieron, porque dejó una marca en su piel. Pero a mí no me molesta que haya dejado una señal, estoy feliz de que esté vivo. 

Que ambos lo estemos. 

Vuelvo a acostarme, con la mirada en el techo, en esa pequeña marca negra de pintura que se cuela en el color crema. 

La puerta se entreabre y de un salto dejo la cama para ver quién es. 

Thomas asoma la cabeza viendo primero a su hermano y luego a mí. 

Me hace una señal para que salga. Miro una última vez a Teinner que no se ha movido, sigue en la misma posición boca abajo para evitar lesiones. 

Salgo de la habitación, haciendo el menor ruido posible. Thomas menea la cabeza a un lado y bajamos las escaleras. Mi estómago suena por el hambre. 

Apenas salgo de esa habitación esperando que se recupere Teinner y, en gran parte, se debe a que él no quiere que me vaya de su lado. 

—¿Qué sucede? —digo al pisar el primer piso. 

En la mesa del comedor está Tai, sentado, chequeando su tablet. Baja un poco los lentes para verme y eleva la ceja. 

—¿Estás comiendo? —es lo primero que me dice. 

—Eso pensaba hacer —respondo jalando una silla a su lado y tomando asiento. 

—Uno de los empleados me dijo que ninguno de los dos sale de la habitación. Intuyo que están —se aclara la garganta— recuperándose. 

Volteo los ojos y me sirvo jugo. 

Thomas sonríe masticando con lentitud lo que sea que tenga en la boca. 

—¿Y me hiciste bajar para decirme…? 

Tai deja de lado su lado juguetón y se pone serio en medio segundo. 

—Tienen La mano de Dios. 

Dejo el vaso en la mesa. Pestañeo varias veces hasta que me acostumbro al escozor. Ese malestar en mi pecho. 

—Fue mi culpa —declaro, restando la culpa a Teinner. 

Él fue obligado. 

Por mí. 

Teinner, el Klein que se deja llevar por sus sentimientos y no por sus intereses. 

—No me importa de quién fue la culpa. Sino que debemos conseguirlo de vuelta. —Deja de verme y se concentra en el plato frente a él, pero no tiene hambre solo parece, desconcertado—. Vas a volver a la universidad. 

Volteo hacia Thomas que me está viendo a mí. 

Espero un segundo.

—¿Me lo dices a mí? 

—No necesito solo una cara bonita, necesito que sepas lo que haces. Quiero que termines de estudiar para que formes parte de esta sociedad. 

Me muerdo la lengua. Un tanto inquieta porque se preocupa por mi educación. 

Barracuda ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora