12. Es tiempo de ir por ellos

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Capítulo 12. Es tiempo de ir por ellos

Toc, toc. Es tiempo de que dejes entrar al enemigo, está ansioso por la pelea. Sé valiente, es tiempo de enseñar de lo que estás hecho

El viaje en helicóptero es adrenalina pura. 

La adrenalina oculta la ansiedad de mi cuerpo por esperar que papá esté seguro. 

Que esté bien en casa, aunque quisiera que no esté en casa, que esté en algún país solo. 

Solo y a salvo. 

La mano de Teinner se pone sobre mi rodilla y volteo para aniquilarlo con los ojos, pero él me dice a través del micrófono en los audífonos que llevamos puestos:

—No dejas de mover la pierna. 

No sabía que estaba moviendo la pierna. No sabía que estaba dejando ver mi estado de ánimo.

Asiento la cabeza hacia él y me aprieta la rodilla antes de dejar caer su mano a un costado.

Aún es la madrugada cuando sobrevolamos la ciudad de Baden, la ciudad que jamás pensé que volvería. 

Aún tengo una deuda que saldar en esta ciudad, con una persona en específico. 

—Aterrizaremos en el edificio señor Klein —informa el piloto.

La ciudad parece aún estar despierta a estas altas horas, los vehículos que circulan enseñan la ruta que toman. 

Y el océano, cielos, pensé que sería lejano el momento en el que volvería a ver el agua siendo iluminada por la ciudad. 

El helicóptero desciende y aprovecho para mirar por la ventana. Nada parece haber cambiado, como si una pequeña parte de mí, esperaba que alguien notara que ya no estoy. 

Que me fui sin decir adiós. 

Me retiro los audífonos, Teinner abre la puerta, baja y me tiende una mano. La sostengo temblando con estos tacones que no colaboran mucho. 

—El auto lo está esperando señor. —Un hombre trajeado le informa a Teinner. 

Olvidaba que ellos mandan en esta ciudad y que parece que ellos son el centro de atención de este lugar. 

¿Cómo podría olvidarlo? Solo falta que sus rostros aparezcan en los carteles de comerciales esparcidos por las carreteras para que mi cabeza jamás los borre.

Tonto de mi parte.

Teinner toma la delantera, conociendo muy bien el lugar, abre la puerta de metal y nos adentramos en un ascensor nada lujoso; hecho para escapes programados cuando la luz es cortada. 

—¿Cuál es la dirección? —dice apenas las puertas se cierran. 

Una luz titila, dejando por milisegundos oscuridad en el interior.

—¿Conoces a Kurt Melrins?

Gira la cabeza, a punto de salirse de su lugar por la fuerza con la que ejerce.

—Es una jodida broma. ¿Tu padre es Melrins? —Sacude la cabeza con una sonrisa que sigue dudando—. ¿Cómo se lo tomó Sebastiano cuando se enteró? 

Coloco una mano bajo mi mentón.

—Bueno. Primero, encerró a mi mamá en un centro psiquiátrico aunque también fue por haber matado a tu madre. 

Él se mantiene callado, aunque su espalda se yergue a la mención de ese «sutil» detalle. 

—Después me mandó lejos, a un internado para no tener que ver mi horrendo rostro que le recordaba a mi madre. Sus palabras. —Le doy una sonrisa tensa—. Y después planeo casarme con Erick porque no servía para nada más que para crear una unión. Es que en su mundo, soy un cero a la izquierda. 

Barracuda ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora