—¿Por qué solo a los chicos les permiten jugar con espadas? —parecía quejarse la muchacha, remedando de manera algo exagerada una posición defensiva que seguramente le había visto hacer a algún caballero en algún lado.

—Sabes que a tu padre, su majestad, no le gusta —le respondió su maestra— Eres la princesa de Tormena ¡Y su única heredera! Tu deber es educarte, crecer fuerte y sana... y por supuesto, encontrar un compañero adecuado que tome las riendas del reino para cuando tu padre ya no pueda hacerlo ¡El uso de la espada no es necesario para ti!

—¡No quiero un esposo! —protestó la muchacha girándose de manera brusca para luego simular atravesar a un enemigo imaginario, ahí, en frente de ella.

El niño, en tanto, terminó de descender del tejado ocultándose entre un buen conjunto de barriles y algunas cajas de madera con herramientas apiladas a un costado de las caballerizas, observaba con cierta timidez a la temeraria muchacha, verla danzar con la réplica del arma en sus manos le era tan magnifico como presenciar la encarnación misma de una gloriosa guerrera, o al menos eso evocó a sus inexpertos ojos. Le hizo sentir intimidado.

—Todos cargamos con responsabilidades que a veces no nos gustaría asumir —la reprendió la maestra con un ligero suspiro de impaciencia— Me han contado que el rey Edón tiene un par de hijos que...

—¡No estoy interesada! —la interrumpió la princesa, ignorando de golpe toda pretensión de su maestra por hacerla entrar en razón.

—¡Yo quiero viajar! —continuó jugando con la espada.

—¡Recorrer la Tierra Conocida! —se giró dibujando un arco en el aire como si atacase a un enemigo.

—¡Vivir aventuras! —apuntó el arma hacia el frente como intentando guardar distancia de un nuevo adversario.

—¡Y conoc...!

Pero aquella última frase se quedó inconclusa cuando el estridente crujido de una caja estrellándose en el suelo a sus espaldas la interrumpió, causándole un tremendo sobresalto que la hizo girar veloz y con la espada en alto presta a defenderse.

Fue entonces que se topó de frentón con el niño más hermoso y atípico que sus ojos alguna vez habían contemplado, fue casi como descubrir la existencia misma de una pequeña divinidad, o algo muy cercano a ello. Sus orejas, sus labios, sus ojos, su aporcelanada piel... no se parecían a nada que hubiera observado antes alguna vez... el balance perfecto con el que había sido creado, la delicadeza con la que había sido tallado... El niño, por su parte, pareció observarla con una mezcla de miedo, curiosidad... y también vergüenza ante la torpeza de haberse delatado a sí mismo, ahí, husmeando. La princesa bajó instintivamente la espada, sus miradas por primera vez se encontraron haciéndoles sentir que más que un encuentro repentino aquello era el reconocimiento de dos almas destinadas a entrelazarse en algún momento, de alguna forma. Les robó el aliento, el tiempo se difuminó por un segundo, hasta que la muchacha se animó a tomar la iniciativa, acercándose unos cuantos pasos para alzar la mano en un claro intento de alcanzar el rostro del niño y tocarlo. El niño, en tanto, envuelto en el mismo halo misterioso, casi mágico de fascinación y curiosidad, imitó su movimiento como un espejo. Las suaves pecas en las mejillas de la princesa junto a sus rojos y radiantes cabellos, adornados con dos finísimas y largas trenzas a cada lado del rostro que el muchacho hasta ese entonces no había notado, parecieron atraerlo con un magnetismo irresistible. Sus pequeñas manitas se aproximaron lento, la una hacia la otra, como esperando encontrarse en algún punto en el medio...

Fue tan solo un par de centímetros los que faltaron para que llegasen a sentir la piel del otro, cuando una voz se alzó sacándolos bruscamente de aquel extraño trance en el que parecían haberse inmerso.

—¡Acá estás niño del demonio! —reprendieron al muchacho que se giró espantado encontrándose con la respetada y voluminosa figura de su maestro, lo que lo hizo despertar y darse cuenta que cualquier posibilidad que aún albergase de regresar a su cuarto para intentar ocultar su fuga se acababa de esfumar para siempre. Aunque por algún motivo, en ese instante, con la muchacha ahí en frente, la situación le pareció menos terrible de lo que inicialmente había imaginado.

—Las criadas andan como locas buscándote —continuó el maestro con la reprimenda— ¡Si tu madre, la reina, se entera nos querrá matar a ambos! —se inclinó ligeramente para alzar al niño y acomodarlo entre sus brazos. Éste, aun alelado por la visión de la muchacha, se dejó cargar sin protestas sujetándose instintivo a los hombros de su captor.

—Princesa... ¡Mi señora! —dijo el maestro dirigiéndose a las dos mujeres mientras inclinaba ligeramente la cabeza en señal de respeto— Mis más sinceras disculpas, ya podrán conocer más formalmente a este príncipe travieso —sonrió tímido— Por ahora necesito llevármelo con urgencia, que se encuentra muy atrasado con sus obligaciones. Esperamos verlas a ambas durante la cena de esta noche.

—No... no hay... problema —balbuceó la maestra tutora sin despegar la vista del pequeño.

Se hallaba petrificada, mirando al muchacho con la misma confusión y sorpresa con la que lo había hecho la princesa.

El maestro les pegó una última sonrisa nerviosa antes de llevarse al pequeño hacia el interior del castillo, dejando en evidencia una pronunciada cojera en el lado izquierdo de su cuerpo.

—Creo que estas empezando a pesar demasiado, muchacho —comentó como hablando consigo mismo— ¿O será que tu maestro se está volviendo viejo? —suspiró— Un par de meses más y de seguro me será imposible volver a cargarte. Has ido creciendo...

Pero el niño fue incapaz de escuchar una palabra, pues toda su atención y sus sentidos aún estaban puestos en aquella curiosa muchacha de roja cabellera que aún seguía allí observándolo con la misma fascinación con la que él parecía observarla a ella.

El Viaje De EreasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora