Capítulo 22: La señora misteriosa

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|EMMA|

Desperté en los brazos de Johan. Su calor corporal me abrigó durante toda la noche.

Aparté su brazo de mi cintura sin que se diese cuenta.

No teníamos reloj pero deducía que serían aproximadamente las 10 de la mañana. Me sonaba la tripa de hambre, no comíamos nada desde la tarde anterior.

De todas maneras, nuestra prioridad era continuar con la ruta correcta para volver al campamento.

Me preguntaba qué estaban haciendo los demás en nuestra ausencia. 

Posiblemente Jessica estaría como loca llamando al teléfono pero mi aventurada experiencia con Johan fue más arriesgada y entretenida. No me arrepentía de haber dormido con él.


—Estás pensativa— dijo Johan acercándose a la barandilla de madera.

—Solo tomo el aire— respondí.

—Me duele la cabeza— se frotó las sienes.

—Y eso que estamos en un sitio tranquilo, no es la ciudad— dije.

—Tengo insomnio. Me cuesta dormir y luego me levanto muy mal, además la luz del sol me sienta fatal— confesó.

—¡Oh, que pena!, no creo que haya más sol del que hay, seguro llueve— le consolé.

—¿Té que tal dormiste?— preguntó.

—Bien, salvo por el susto que me dio ese mapache, pude dormir como un bebé— sonreí.

—Me diste unas cuantas patadas, eh— rió.

—¿Qué?, imposible, si apenas me moví— me sonrojé de la vergüenza.

—Eres muy inquieta— se rascó la barbilla.

—Bu-Bueno, ¿nos vamos ya?— pregunté bajando la mirada.

—Si, por favor. Necesito una ducha urgente— dijo.

Caminamos tranquilamente conversando sobre los compañeros de clase, mis manías locas y mi pánico a quedarme sola. No me costaba abrirme cuando estaba con Johan, me sentía a gusto incluso para contarle cosas personales.


—Tienes claustrofobia— diagnosticó.

—No, no tiene nada que ver con eso— respondí.

—¿Entonces?— preguntó.

—Es más que nada, temor a que me abandonen— confesé.

—Cuando tengas que estar de sujetavelas lo pasarás mal— vaciló.

—No lo entiendes— resoplé.

—¡No te piques!— dijo.

—¡No me grites!— le empujé despacio.

—¿A que te tiro al agua?— refutó.

—No te atreves— desafié.

—No me retes— respondió.

—Odio tu arrogancia— dije en voz baja.

—Ja, ja, ja. Yo odio tu victimismo, deberías ser actriz, piénsalo— bromeó.

Estábamos cerca de donde estaban los demás. A lo lejos vi que venían un grupo de jóvenes, eran ellos.
Pude reconocer la voz de Jessica gritando mi nombre.

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