Capítulo 3: Un día normal

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|EMMA|

Sonó el despertador, abrí rápidamente los ojos y vi la hora. Eran las 7:15. Salí corriendo de la cama y fui a vestirme apresuradamente.

Mi padre ya se había ido a trabajar hace unos minutos y mi madre también estaba por irse.

—Hasta que por fin te levantas— dijo mi madre con cara de pocos amigos.

—Buenos días, no me había dado cuenta, ayer...— respondí con voz soñolienta bajando la mirada.

—Ayer llegaste tardísimo y no quiero volver a hablar del tema— cogió las llaves del coche y se bajó al garaje.

De pronto escuché risas de la habitación de mi hermano, no me atreví a entrar porque él se queja mucho de su respetable privacidad.

A papá y mamá les podrá engañar fácilmente con el cuento de que se tomaría un año sabático después de su accidente de moto, pero yo lo veo saltando en un pata coja.

Pero amí no me iba a engañar, sabía perfectamente lo que hacía cuando nadie estaba en casa.

Procedí a ignorar aquello que estuviese pasando dentro y desayuné lo primero que encontré en la estantería.

Miré el móvil, respondí algunos chats:

[Viernes 6:57]—Emma, ¿dónde y con quién pasaste la noche, eh?— escribió Mike

[Viernes 7: 22]—Ja, ja, ja ¡Que dices Mike! Tuve que venir a dormir a casa, ¿qué te crees?— le contesté.

[Viernes 7:11]—Hey, cómo se levantó ese cuerpazo que ayer lo dio todo jajaja, ¿te espero en la cafetería después de tercera hora?— escribió Jessica.

[Viernes 7:25]—Me duele un poco la cabeza pero no por lo que tu piensas, y si, nos vemos en la cafetería. Buen día jejeje—respondí a Jessica.

Metí el portátil dentro de mi mochila y salí pitando para tomar el bus. Desgraciadamente vi que a lo lejos se fue, así que tuve que esperar al siguiente.

Si mis cálculos nos fallaban, llegaría a las 8:25, justo 5 minutos antes de la primera hora.

Menos mal el autobús llegó a su hora. Pero todo se complicó cuando se paró en un semáforo.

—¡Maldita sea!—dije internamente.

No me gustaba llegar tarde a clase. Bajé en la parada correspondiente y busqué la Facultad de Economía y Ciencias Sociales.

Entré en la clase de Macroeconomía, genial, justo la asignatura más aburrida con el profesor más estricto.

Era el típico profesor viejo de 50 años, catedrático y con muchos títulos en su especialidad.

El año pasado no me dio clase, según me contaron los compañeros y Jessica, era un profesor amable pero desde que su mujer le dejó, se ha vuelto un viejo cascarrabias. Además le apodaban el inmortal, porque lleva toda una vida dando clase.

Y eso a nadie le conviene, porque aprobar su asignatura iba a ser todo un logro.

Cuando ingresé a la clase, toqué la puerta y de una manera educada pedí permiso para entrar.

—Bu-buenos  Días, ¿se puede pasar?— dije amablemente con medio cuerpo dentro del aula.

—Ya está dentro ¿no?, señorita Howard—contestó sarcásticamente Don Vincent, así se llamaba.

—Disculpe la interrupción, yo...—intenté salvar mi reputación.

—Estuvo buena la fiesta anoche ¿verdad?— refiriéndose a la fiesta de ayer.

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