—Bocazas —mascullé, mientras me hacia una nota mental, para amenazar más tarde al rubio.

—¿Estás constantemente leyendo mentes?

Sentí su curiosidad aumentar, aunque se vio opacada por el nerviosismo cuando giré mi cabeza y mis ojos se posaron total, y completamente en él. En su rostro bien proporcionado, en sus cejas masculina, que favorecían la forma almendrada de sus expresivos ojos. A diferencia de él, yo no evité su boca. Aquella que besé durante una milésima de segundo, sin ser el suficiente tiempo para apreciar su sabor, su tacto, la calidez de sus labios.

—No.

—¿Alguna vez leíste la mía? —miedo, preocupaciones fue lo que percibí entonces.

—¿Tienes miedo de que sepa lo que piensas? —alcé una de mis cejas. De pronto su nerviosismo me resultaba divertido. ¿Qué es aquello que había pensado que no quería que supiera?

—Hay pocas cosas más privadas que la mente y consciencia de uno mismo —respondió de vuelta, apoyando su espalda en la madera tras él.

—No recuerdo haberte leído la mente —arrugue la nariz, en una expresión que por su reacción y la mirada que me dedicó, pareció gustarle.

—¿Cómo es posible que me hayas leído la mente y no lo recuerdes?

—Porque eres aburrido en todos los sentidos y aspectos posibles —mi sonrisa ladina volvió. Nuestra conversación era lo suficientemente interesante como para desviar mis pensamientos de lo sucedido.

—¿De verdad te ibas a intercambiar por tu hermano?

—No es mi hermano, nunca lo fue realmente —lo corregí molesta. No podía evitar pensar en lo tonta que había sido, al no poder diferenciar a mi hermano de una ilusión—. Y sí, realmente me iba a intercambiar. Los sentimientos me nublaron el juicio.

—Generalmente eso es más cosa de Clary. Su intento de hacerse la heroína junto a Jace —Alexander parecía estar decidido a levantarme incluso aunque sea un poco el ánimo.

—No me hice la heroína, tampoco me considero una ni me interesa serlo —le dejo en claro, volviendo a mirar hacia los mundanos, que pasean ajenos a la realidad, a las leyendas que son ciertas—. Un superhéroe la sacrificaría a ella para salvar el mundo, yo soy lo suficientemente egoísta como para hacer el mundo arder, sin con ello logro salvar a la única persona que me ha importado de verdad.

—Siempre te pintas como la villana, incluso cuando eres la víctima. Sobretodo cuando eres la víctima.

—Y en tu caso es bastante obvio, que te consideras el villano de tu propia historia, incluso cuando lo que le sucedió a Magnus no fue culpa tuya.

Habíamos abierto la caja de Pandora. Nos habíamos dicho unas cuantas verdades a la cara, mirándonos a los ojos y reconociendo en ellos el dolor ajeno porque no podemos reconocer el propio. Y a pesar del dolor que percibimos el uno del otro, a pesar de como este escuece y hace arder cada nervio, no se compara al ardedor que provoca su mirada en mi, cuando de forma gentil se desliza sobre mi cuerpo. Como el ardor que mi deseo por él hace que se me retuerzan las entrañas y mi pecho de unda, incapaz de soportar tal peso, tal intensidad.

—Siento tu miedo —rompe el silencio, con su rostro ahora alumbrado únicamente por las luces artificiales que se cuelan por el cristal.

AlecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora