—Siempre serás mi niña, estés o no casada, con o sin hijos e incluso cuando tengas cuarenta años —sus palabras sonaron a promesa para ella—. Quizás ahora no entiendes mucha de las decisiones que he tomado, pero cuando seas madre, me darás la razón.

—¿Hera? —Raphael se asomó por la puerta, interrumpiendo el momento entre padre e hija—. Isabelle esta a punto de venir aquí y arrastraerte por los pelos hasta allí.

Hera sonrió por primera vez en todo el día ante las ocurrencias de la morena. No le dio tiempo a abrazar a su padre, pues este ya había salido. No sabía si sería capaz de ver como su hija se casa con un hombre que no ama, pero ella lo necesitaba allí, aunque su boca no lo dijese sus ojos cafés se lo habían gritado todo ese tiempo que acaban de compartir juntos.

Los dos amigos caminaron en silencio por los pasillos que ahora ella se sabía del derecho y del revés. Los cazadores que habían quedado de guardia, puesto que el instituto no podía quedar desatendido, se tomaban unos segundos para apreciar a la novia y futura esposa de Alexander. Su belleza era indiscutible, en especial ese día.

—Aún estamos a tiempo de irnos —le susurró cuando se detuvieron tras Claryssa, quien le sonrió y le susurró que estaba preciosa. Desde lo de ayer, veía a la zanahoria con otros ojos.

—A lo hecho, pecho —le sonrió mientras le daba un pequeño apretón en el brazo al cuál iba aferrada.

Su nerviosismo, su inquietud no llegaba a traspasar su piel. Su mentón se había mantenido alzado y sus ojos habían mirado al frente durante todo el recorrido desde su habitación hasta la sala donde se llevaría a cabo la ceremonia. Pasos firmes, sin piernas temblorosas ni titubeos.

Sin embargo, en ese instante dos corazones latian desbocados mirando las mismas puertas que permanecían cerradas, uno desde el interior, y otros desde el exterior. El leve murmullo que Hera percibía desde fuera cesó en el momento en el que las grandes puertas que alcanzaban el techo se abrieron de par en par. Los instrumentos de música clásica iniciaron su inminente melodia, y si bien era suave y bonita, en ese momento le recordaba a una música de terror propia de una película de Guillermo del Toro.

Con Isabelle y Clary situadas en sus correspondientes lugares, era su turno. Dio el primer paso sobre la alfombra azul que Isabelle había escogido a juego con las cortinas intercaladas con las doradas que portaban las runas del amor, matrimonio y lealtad. Las rosas blancas, tal y como había dicho la morena, adornando los costados del altar y los bancos que habían montado para los invitados.

Tantos rostros desconocidos presenciando la unión entre un hombre y una mujer que sentía de todo el uno por el otro menos amor. En las primeras filas, visualizó a sus padres, acompañados de Maryse quien a pesar de todo se veía feliz. Su mano, sujetaba la de Lucian en su regazo, quizás con la esperanza de que al igual que aquella vez, alguien interrumpiese la ceremonia. Había tantos sentimientos mezclados, que el aire se sentía denso y pesado sobre su cuerpo. Le sonrió a Raphael cuando se encontraron frente a los dos pequeños escalones que daban al altar, donde su prometido al cuál todavía no había mirado, le esperaba.

La respiración de Alexander se entrecorto mucho antes de que ella entrara. Sentía la molestia de Jace a través del vínculo, y miraba constantemente al primer banco donde el padre de Hera aún no estaba. Sabía por Simon que este se encontraba con su hija entregándole el ramo de flores.

Nada más entrar Christian, las puertas se cerraron tras él. La próxima vez que estas se abriesen, sería para darle la bienvenida a su hermana, seguida de Clary quien por petición de su prometida sería la dama de honor, una costumbre mundana según le había explicado también Simon. Así como correspondía, cuando las puertas se abrieron y ambas mujeres se encontraba en sus respectivos puestos, ella entró aferrada al brazo de Raphael. Miró toda la estancia, sus ojos cafés posandose en cada rostro desconocido para ella e incluso alguno que otro para él. Supo que le había gustado el trabajo que hizo su hermana cuando después de un vistazo rápido, le guiñó un ojo a la morena.

AlecWhere stories live. Discover now