Se puso el pantalón a una velocidad posiblemente monstruosa. Joel ya parecía haberse decantado por la ropa que llevaría para la ocasión, cuando Erick se acercó hasta él.

Su ceño seguía fruncido en el instante en el cual se dejó caer sobre la puerta de madera abierta.

—Piensas disculparte. Hazlo.

Joel acentuó la expresión altiva de su rostro. La sonrisa estaba ahí.

—¿Yo? No. Todavía recuerdo lo de esta mañana.

—No te enfades...— ronroneó Erick, aguantando una carcajada.

—Pues no vayas de lameculos con los socios de tus hijos. Tus hijos. Tus hijos conmigo.

—¿Querías que ese hombre entrara a una reunión tan importante con la corbata mal puesta?

Joel se giró para enfrentarlo. Sus luceros ahora cargaban la misma seriedad que sus facciones, tensas y definidas sobre todo en su mandíbula.

—Quería y quiero que ese hijo de puta aparte las manos de lo que es mío.

Erick mordió su labio inferior con coquetería. Su mano se deslizó entonces hasta el nudo de la toalla, tirando de él para que Joel estuviera más cerca mientras lo deshacía. La piel del alma venenosa desprendía aquella temperatura apabullante; envuelta en un aroma amargo que de imprevisto nubló a Erick.

—Bueno... Te encargaste de eso... Amenazaste con destruir su negocio...

—Se lanzó a besarte. Se...— su mandíbula se tensó incluso más—. Ese infeliz se atrevió a hacerlo en mis narices.

El alma pura chasqueó la lengua. La toalla cayó al suelo, reflejando la completa desnudez de su amado. Erick se acercó, rodeando la cintura de Joel y pintando un beso dulce en su pecho, justo donde latía bajo la piel un órgano algunos días irreconocible para el mayor.

—¿Pero por qué te enfadas? Si sabes que siempre serás el único...

Joel entrecerró su mirada en la dirección del ojiverde. Las pestañas de extensas dimensiones por poco se entrelazaron entre sí en tanto que Joel lo observaba, cauteloso y sin moverse un ápice de su lugar.

Finalmente, dejó escapar un suspiro mientras sus luceros recuperaban el tamaño habitual. Su mano derecha fue la que se alzó entonces, dispuesta a perfilar la mejilla de Erick con las yemas de sus dedos. Cálido. Sutil. En un roce lejano que transportó una aurora de sentimientos al descansar en su nuca, con los dedos largos y ásperos de Joel entrelazados a sus hebras.

Erick cerró sus ojos cuando los labios de Joel rozaron los suyos, húmedos y vulgares.

—Cachorrito mimado... ¿Qué demonios tengo que hacer contigo?

El menor se acercó todavía más, acoplando su cuerpo al molde del de Joel como si fuera un puzzle.

—Amarme— solamente contestó—. Hoy y siempre.

Joel bufó, presionando el pulgar contra su mandíbula.

—Eso contigo es muy sencillo... Haces fácil toda esa mierda de amar.

—Dilo, entonces.

Erick sintió entonces el suave abrazo de los labios ajenos sobre los suyos. Delicado, igual que la bocanada de aliento que emite un sultán, valiosa e histórica. Para él todos los besos de Joel eran así; un bloque de arcilla que en su interior contenía esmeraldas.

Le entregaba el más puro sentimiento, era como si Joel hubiera buscado y posteriormente guardado durante décadas sus palabras para dedicarlas exclusivamente a él. Lo que era surrealista. Era incoherente y demoledor que un alma venenosa; que Joel, el guardián de las sombras y el hechicero de tragedias, de todas las personas en el mundo, le hubiera enseñado a amar.

Landrem || Joerick  Where stories live. Discover now