✪Promesas (1)✪

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Sentía como mi cuerpo pesaba como el plomo. Me sentía débil, no tenía casi fuerzas, pero tenía las suficientes para mantener mis ojos entreabiertos, aunque era en valde, ya que todo lo que había a mi alrededor estaba completamente borroso.
Lo único que podía escuchar era un continuo pitido que me mareaba más de lo que ya estaba.

El malestar de mi cuerpo hacía que cada vez, ese insoportable sonido sonase con más y más fuerza.
Aunque, para mi sorpresa, en cuestión de segundos, por alguna razón que desconocía, todos mis sentidos volvieron en sí, haciendo que me sintiese bien.

―Menos mal, creí que las ánimas iban a ser más brutas contigo. Sólo ha sido una pequeña contusión ―, susurró una voz conocida cerca de mí, y al girarme, mis ojos se abrieron de par en par.

― ¿O-O-Orfeo? ―jadeé sorprendida al momento de verle, pues... si no hubiese sido por su voz, quizás habría sido incapaz de reconocerle.

Y no era para menos, ya que ahora, el porte que tenía era estoico, aunque todavía mantenía ese toque que siempre le había precedido. Sus ojos grises brillaban con fulgor, con un tono azul que me hizo tragar espeso al ver el negro cubrir parte de su rostro con los tatuajes, pero cuando en verdad comencé a temblar, fue al ver el resto de su figura.
Esas pupilas elípticas y verticales, sus prominentes cuernos, de un tono carbón, mucho más gruesos que los que Tom poseía, unas largas y filosas orejas como sus colmillos.
Y su cabello, que lo tenía completamente desordenado... En lo referente a su cuerpo, sus manos ya no eran manos... parecía que el negro de los tatuajes que rodeaban su cuerpo había consumido su forma humana, y sus manos se habían transformado en garras. Y mientras tanto, la parte inferior de su cuerpo se había mutado, como si fuese mitad animal, unas largas y torneadas patas que acababan con unas enormes zarpas que podrían desgarrar hasta a una vaca.

En ese momento, cuando Orfeo trató de acercarse a mí, la acción automática que me surgió fue huir. El instinto de supervivencia me estaba hablando a gritos.
Pero las piernas temblorosas me fallaron, y solo pude quedarme allí sentada y temerosa por mi vida. Sin saber dónde estaba, ni tampoco si estaba segura con... el ser que me acompañaba.

[...]

Mientras tanto un azabache se encontraba en el mundo terrenal, con una madre italiana completamente preocupada y destrozada por lo que había sucedido con su niña y con dos dioses que intentaban mantener relajada a la mujer, de manera poco exitosa.

Por lo que Tom, tuvo que acudir a las únicas personas que sabía que calmarían a aquella mujer.
Y cuando tocaron a la puerta, el azabache fue el primero en abrir, siendo que una pelirroja periodista y un rubio escritor le miraron muy tensos y asustados.

―H-Hemos llegado lo más rápido que hemos podido, Tom, ¿qué es lo que ha pasado? ―preguntó Akane con su respiración agitada, y al ver la expresión del demonio, la chica se tensó y miró al interior de la casa, viendo a Chiara llorando―... ¿Dónde está Caeli, Tom?

El silencio inundó la entrada, si bien se encontraban entre la casa de las Bellini y la calle.
Pero en ese momento, ni un alma se cruzaba por allí. Ni el viento susurraba nada, e incluso la ciudad parecía haberse enmudecido.
El azabache les hizo un gesto a la joven pareja para que entrase en la casa. Tanto el rubio como la pelirroja no dudaron en entrar, y antes de que se dirigiesen hacia la madre de la morena, unas fuertes manos les detuvieron al tomar sus hombros.

En aquel instante sintieron como les habían girado, y pronto los llevaron a una sala aparte, permitiendo que tanto Ukothri como Doknel, intentasen distraer a la mortal que estaba desconsolada por la desgracia y el dolor que sentía.

El demonio de ojos verdes solo pudo suspirar suavemente, y cuando obligó a la joven pareja a sentarse, él se puso frente a ellas para tapar su rostro y bufar. No era una noticia sencilla de confesar, pero, aquellos chicos necesitaban saber la verdad para que pudiesen quedarse cerca de la madre de su amada.

My Demon ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora