TDAH y las relaciones en familia (1/2): Loco.

117 14 2
                                    

POV Shisui

La relación con mi padre fue siempre conflictiva, Kagami es un hueso duro de roer. Él piensa, come, vive y duerme por su religión. Así que estuve demasiados años rogándole amor a un padre que no sabía ser papá. Y tratar de ser el hijo perfecto para Kagami se volvió con el tiempo una misión casi imposible.

Era incapaz de cumplir las expectativas tan altas de un padre que no quería criar a otro individuo, quería crear un reflejo de sí mismo, porque eso era yo para Kagami: un proyecto. Ese pequeño ser al que planeaba moldear y quería convencer para convertirse en su orgullo por no cuestionar sus ideales y solo seguir sus pasos en una congregación que me infligió miedo —no respeto—; definitivamente ese hijo perfecto no era yo.

Incontrolable e incontenible era aquel chiquillo al que le tuvieron que aplicar la mano dura para mantenerlo quieto, y ante los ojos ajenos y los propios se notaba que no era lo que él estaba buscando en su único hijo. Y eso me llevó a hundirme poco a poco en un infierno.

La primera vez que no salí de la cama por días, mi propio padre no se dio cuenta de ello (o quizás solo lo ignoró, dando por sentado que era un holgazán). Esa fue una especie de catarsis verdadera:

«Para mí, Jashin está por encima de cualquier cosa; incluso de mi familia. Eso te incluye a ti, Shisui».

Y Shisui de dieciséis años no lo entiende. El de treinta tampoco.

En ese entonces tuve una epifanía: odiaba a la ansiedad y sin quererlo, dudarlo, o destinarlo, vivía con ella. Y su voz tenía un color y una textura idéntica a la de mis padres.

En días como ese no me dejaba dormir porque era más molesta, como si me taladra en la psique.

No lo entendía y aún no logró hacerlo, porque no necesito hacer las cosas mal para sentirme intranquilo.

Nada estuvo mal, ¿Verdad?

Es así como lo recuerdo: todo perfecto. Escuela, trabajo, Itachi... pero llegar a casa con papá siempre se volvía una batalla. Procuraba alargar mis estancias fuera hasta la hora de estar seguro de que Kagami estaría dormido. Hasta que un día me dejó afuera, durmiendo en el porche.


Tiempo después me di cuenta de que su religión no era mi representante y su Dios no era mi salvador.

Pero cuando yo era un niño solo buscaba amor y comprensión.

Kagami nunca me dio nada de eso y tampoco dejó a madre envolverme en un abrazo que no me mereciera. Tenía que ser un hombre que lo volviera orgulloso, no ser un bebé llorón que busca refugio en los brazos de su progenitora.

Tal vez por eso en cuanto pudiera pretendía escapar con Itachi.

Aventurados y recién graduados, me podía comer al mundo.

Pero llegó la cuarentena y con ella se acrecentaron mis inseguridades y temores. Si me enfermaba, moriría, porque mis miedos pesaban muy dentro de mis anginas y siempre me mantenían enfermo, porque era una persona de riesgo, porque mi nariz no me dejaba respirar bien; mi ansiedad tampoco lo hacía y le tenía un miedo incontrolable al desespero provocado por un ataque de pánico.

El bicho iba a matarme.

Y papá estaba tan loco como yo.

«Si pones un pie fuera de esta casa, no volverás a entrar», me dijo.

Y le creí.

Pero llegó un punto en el que me harté de él. Convivir veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, con una persona con la que ya no congeniaba, era agotador por decir lo menos; sin contar los constantes reclamos, los reproches, los menosprecios y las humillaciones.

Kagami se sentía mi dueño.

Y el día que pretendió cruzar la barrera y abofetearme como cuando no me defendía, fue el acto que disolvió mi paciencia.

Tomé su mano y la apreté para evitar el golpe, su fuerza se había visto mermada con el pasar de los años y yo no lo noté.

—No vuelvas a tratar de ponerme una mano encima —le dije.

Y me hirvió la sangre cuando vi por primera vez las lágrimas de cocodrilo que soltaba mi padre, porque su hijo era un rebelde, un malagradecido y un pecador.

Yo solo pude sentirme abrumado por mi respuesta, tan impropia del tipo pacífico que siempre fui. Entré en crisis. ¡Me había enfrentado a mi padre y lo había hecho llorar en clara consecuencia de sus propias acciones!

Iba a volverme loco.

Después de eso me mudé. No sabía a dónde iríamos en los próximos meses pero si estaba con Itachi iba a estar bien.


.

.

.


Loco...

Como odiaba esa maldita palabra.

La primera vez que le dije a Kagami que creía que había algo extraño en mi, me tachó como uno.

«No necesitas terapia, necesitas rezarle más a Jashin».

«Papá, creo que estoy deprimido».

«No estás deprimido, Shisui, necesitas a Jashin en tu vida. Solo la gente zafada va con el loquero. ¿Quieres ser un loco como ellos? ¿Eh, Shisui?».

Pero no me sentía loco, yo me sabía cuerdo. Y su señalamientos solo me hacía sentir diferente, como si tomar antidepresivos en verdad me fuera a hacer mal.

Trataba de sanarme, ¿No?  






♥♥♥♥♥

Estoy así 👌 de ponerme a escribir sobre la religión en un libro ShiIta porque no pensé que fuera capaz de escribir un capítulo solo hablando de esto. Que ojo, no de manera negativa, solo de manera normativa o como impedimento para la relación ShiIta.  

Ojo aquí, yo respeto las creencias ajenas y solo estoy hablando un poco de lo que vivo/vivimos. Si tú profesas alguna religión está bien, yo estoy hablando de una religión extremista que pues mira, ni siquiera deberían estar leyendo esto xd. 

Heeeeey, pero ya están listos los demás capítulos, así que para darle expectativa a este p2 voy a poner uno por día ✌.

Cortos ShiIta: Fallas en la mente de ShisuiOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz