- Extra 2 -

1.1K 77 5
                                    

Noah, 20 años...

Mason llevaba diez minutos seguidos restregándose contra la misma chica, una y otra y otra vez; besándola, besando su cuello. Mientras tanto, Roma estaba en casa pensando que su novio secreto perfecto estaba en una tranquila junta con sus amigos, basándome en lo que me contó Mattia.

Le doy un sorbo a mi cerveza sin despegar la mirada del maldito bastardo infiel esperando que sienta mi mirada, sienta culpa, sienta jodidamente algo que lo haga dejar de ponerle los cuernos a Roma.

No lo hace.

Dejo bruscamente la botella sobre la mesa y camino directamente hacia él. Al paso, le agarro el cuello de la camiseta por la espalda y lo arrastro junto a mí a la cocina, en donde hay unos pocos chicos charlando.

—¡Eh! ¿Qué co...? —me mira de arriba a abajo con una sonrisa engreída cuando se da cuenta de quien soy —Hudson, no pensaba verte por aquí.

—¿Sabes siquiera pensar? —ironicé seriamente —¿Dónde está tu novia, Mason? Porque podría jurar que la rubia que vi allí, no lo era.

Obviamente no lo era —pensé —No le llega ni a los talones a Roma.

Su sonrisa se volvió aún más arrogante si eso era posible. El cabrón sabía que me gustaba Roma, estaba escrito en su expresión ganadora.

—Mi novia es mi problema, Hudson. —tomó uno de los vasos ya servidos del mesón e hizo el amago de salir de la cocina —Piérdete ¿Quieres?

Ja, claro, en sus sueños.

No me costó nada arrastrarlo hacia atrás nuevamente, y sujetándolo del cuello de su camiseta, empotrarlo contra la pared. Sus manos volaron a las mías intentando zafarse sin resultado alguno.

—¿A dónde crees que vas? —gruñí a centímetros de su rostro; colérico en nombre de Roma, en nombre de la chica de la que yo me estaba enamorando y a la que este bastardo le ponía los cuernos sin remordimiento alguno —No vas a dejar a Roma como cornuda, bastardo ¿Entendiste?

Dejó de forcejear y me miró altivo. Joder ¿Cómo Roma podría haberse interesado por un ser tan despreciable?

—¿Celoso? Roma eligió, Noah. —me volvió a repasar nuevamente con la mirada haciéndome apretar la mandíbula hasta casi sentir que podría romper mis dientes —Y lamento decirte que ni siquiera estabas entre las alternativas.

Mis manos se apretaron fuertemente. Respiré una, dos, tres veces hasta relajar un poco mi pulso y respiración, y tener la suficiente fuerza de voluntad para dejar al bichejo libre.

—Me importa una mierda a quien haya elegido Roma, o si yo estaba o no entre las opciones —mentí. Claro que me importaba, todo eso importaba con tal de separarla de Mason —Lo único que me interesa es que no salga herida; que no le hagas un jodido rasguño, no le hagas mierda la cabeza ni destruyas su reputación o la hagas el hazmerreír enrollándote con una chica de su misma escuela. —me separé arreglándome la chaqueta, dispuesto a salir de ahí lo antes posible —Espero que te quede claro.

Dando un último asentimiento me giré y encaminé hacia la puerta. Estaba por cruzar el umbral cuando la voz de Mason llegó a mis oídos nuevamente.

—Haré lo que quiera con Roma, Hudson. Es mi novia al fin y al cabo; mi chica, mía.

Se acabó.

Creo que fue un giro continuo. Un perfecto giro de 180º que mi cuerpo dio con el puño ya levantado y en perfecta posición para impactar con su fea y mugrosa nariz. Retrocedió varios pasos por el golpe aferrando su nariz ahora sangrante.

Hizo el estúpido intento de ponerse de pie, pero yo ya estaba a horcajadas sobre él, estrechando su cabeza firmemente contra el piso.

—¿Te importa repetir lo que dijiste? —gruñí presionando cada vez más fuerte —¿O no te dan los huevos?

—A Roma le importas un carajo —habló apenas, aunque le entendí perfectamente —deja de preocuparte tú por ella.

Sabía que varias personas se habían arremolinado a nuestro alrededor al momento en que le di el primer golpe, y no me podía importar menos. Ambos éramos mayores de edad al fin y al cabo.

Gracias a Dios.

Le di un segundo golpe esta vez en la mandíbula y el bastardo se retorció de dolor.

—¿Otra vez?

—Maldito...—respiró profundamente a través de la sangre que salía de labio partido —... capullo.

Satisfecho con su respuesta, o con su expresión de dolor, no lo sé exactamente, me puse de pie y lo miré asqueado desde arriba. ¿En serio alguien podía sentirse atraído por Mason?

—Quizás sea un capullo —reconocí reajustando mi chaqueta y cabello para que no pareciera que me hubiese dado un revolcón —Pero si vuelves a hablar de Roma como un jodido objeto seré el peor hijo de puta que haya pisado la tierra.

Sin darle otra mirada, salí de esa casa.


Una estrella más brillante [Vittale #1] EN EDICIÓN Where stories live. Discover now