Capítulo 29.

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Tormenta en el corazón, el poder del Tao.
(Lan Xichen)

Los días seguían pasando, a veces demasiado eternos, otras veces demasiado fugaces desde que había vuelto.

Y por alguna razón una inquietud se había instalado en mi pecho evitando que la calma y la estabilidad por la cual siempre me había caracterizado, fueran mermando lentamente hasta convertirse en un estambre de angustia que no me dejaba conciliar el sueño correctamente.

Las pesadillas y el constante vacío en mi pecho fue una de las principales causas para notar que algo realmente grande se aproximaba. Toda mi pretensión de un ser racional, me abandono cuando el ardor en el dorso de mi mano quemo mi piel como si esta se hubiese prendido en llamas.

Fue esa angustia y el ardor, la señal innata del llamado de la otra mitad de mi alma. No tuve tiempo de razonar en lo correcto, incluso si era lo debido o no.

Y es que en el momento que aquel picor en mi corazón empezó a arder como una fogata en un verano abrazador, mi cordura dejo todo rastro de la distinguida elegancia de un heredero Lan, para partir sin vacilar ni mirar atrás.

Sabía cuál peligroso era, aun cuando mi raciocinio fue cegado por el corazón y los sentimientos mundanos que provoca el lazo, aquel lazo que solo se establece una vez en esta vida.

Lo había conocido. Lo había aceptado en mi corazón y, por más que aquellas palabras de despedida habían sido dichas, la unión predestinada había sido sellada bajo aquellos salados labios de mar y, esa fragante y delicada mano que envolvió mi nuca llenando mi sistema de un dulce aroma a lotos.

Jiang Wanyin. Jamás había visto un ser tan deslumbrante, luego de haber vivido tantos años, conocido tantos seres en este mundo mágico, jamás había apreciado tanta belleza e ímpetus en una persona. Su porte era magnánimo. Incluso aquella vez que nuestros ojos se encontraron por primera vez, me asombro como aun cuando solo fije sus ojos, quede hipnotizado de aquel hermoso color violáceo y aquellas largas pestañas batiéndome como si estupran en cámara lenta.

Mi aliento se contuvo fuertemente en mis pulmones, como si hubiese olvidado respirar. Era digno decir que su esplendor hacía olvidar respirar a los peces, y aun cuando sabía que era incorrecto, divague durante un mes completo antes de aceptar la cruda realidad.

Nuestro destino es como el epífilo de pétalos anchos que florecen un solo instante. Como aquellos destinos que se encuentran para hacer de un momento, un recuerdo eterno, pero nada más que eso.

Aun así, aquí estaba hoy, dejando todo, volando apresuradamente sin mirar atrás. Había una punzada en mi pecho, un ardor que me hacía perder la cordura y un sentimiento de angustia que me gritaba que fuese hacia él.

Esta había sido la noche en que las cosas habían llegado al clímax rompiendo la calma.

El joven Wei dormía tranquilamente cuando de la nada empezó a retorcerse de un dolor que parecía casi agonizante. No había ni un solo sonido saliendo de su garganta, pero su cara enrojecida, sus ojos nublados de lágrimas y sudor que recorría su cuerpo mientras se retorcía en los brazos de Wangji, era más que suficiente para entrar en pánico.

Era demasiado tarde cuando todo empezó, mucho más de lo que un Lan acostumbra, pero había pasado tiempo desde que nuestras rigurosas costumbres quedaron obsoletas. En este momento, ya ni siquiera sabia si podía llamarme un Lan, habíamos traicionado a nuestro Clan, habíamos traicionado a nuestra gente, incluso a nuestra familia, Aunque si lo pienso bien, tal vez fueron ellos quienes nos dieron vuelta la espalda en el peor momento.

El canto del corazónWhere stories live. Discover now