Capítulo 06.

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Confusión, miedo y anhelo. (Wei Ying)

Aquella noche mis pensamientos estaban tan enredados como la cinta en mi mano. Aquel hombre que hace unos minutos se había ido había dejado más de una pregunta en mi inconsciente. Mi cuerpo temblaba ante la incertidumbre, pero algo dentro de mí decía que todo estaba bien. No sé a qué temía, pero estaba seguro de que no a él, sus ojos habían sido un recuerdo constante durante cincuenta años. Y es que no paso un solo día en que no lo recordase, aquellos profundos orbes dorados que llenaban todo mi ser de un sentimiento de nostalgia. Pero aquellos sentimientos que se despertaron en la infancia hoy aún estaban totalmente confusos en mi corazón, jamás sentí nada igual y por segunda vez en mi vida, sentí que todo dentro de mí se revolvió.

Nadé hasta lo más profundo dentro de la cueva tras la cascada, miré fijamente la cinta que se había adherido a mi piel como si fuera parte de mí, estaba demasiado reacio a quitarla, pero los patrones de nubes que se formaban a lo largo de ella, fue la causa principal de mi adoración a aquel fino trozo de tela. Mire detenidamente aquellos patrones, deslizando mis dedos por la suave textura con finos relieves, justo en el medio de esta misma se encontraba un exquisito diseño de plata tallado en forma de nube. Y no sé cuál fue la razón, pero cuando mis dedos se deslizaron por la fina pieza de metal, sentí como mis labios se curvaron hacia arriba en una sonrisa soñadora. Mis dedos se deslizaron lentamente hasta el otro extremo de aquella cinta, justo al final una textura rugosa llamo mi atención, — L.Z.

Dos letras bordadas con delicadeza, del mismo color de aquella cinta, un bordado casi imperceptible en el extremo de aquella delicada cinta. Mire por un largo tiempo aquel bordado, recorriendo aquel hilo con mis dedos, como esperando que aquellas letras quedaran grabadas en mi piel al igual que en aquel trozo de tela. —¿Será su nombre?...

Rodee mi brazo con la cinta mirando fijamente y nade lentamente hasta el exterior, la oscuridad cubría por completo el cielo, como un manto demasiado lejano para cubrirme. Salí del agua lentamente, el torbellino de pensamientos aún inundaba mi mente, sentí como el viento cálido golpeaba mi piel desnuda, y no pude evitar que una sonrisa se formara entre mis labios mientras miraba las estrellas. —Tao...

Aquella palabra golpeaba incesantemente en mi memoria, no sabía el significado, pero el hecho de que era importante estaba grabado en mi piel. Tenía miles de preguntas, así como cientos de miedos, los temores se habían grabado en mí desde hace mucho tiempo, desde hace tanto tiempo que ya no sabía en qué parte posicionarlos. Caminé lentamente y me acosté en la tierra sintiendo el césped a acariciar mi cuerpo, sentía como pequeños espasmos sacudían mi cuerpo ante el miedo y las dudas, cerré los ojos intentando aclarar las ideas. Pero lo único que aparecía en mi mente eran aquellos hermosos orbes dorados que me miraban intensamente. Aquellos orbes que podían leerme con solo conectarse con los míos, tan anhelantes y cálidos que calmaban todo miedo que pudiese generar. Me senté abrazando mis piernas y miré fijamente mi reflejo en el agua, por primera vez en mi vida me inquietaba lo que veía allí. El rojo de mis ojos resaltaba entre la oscuridad y sin darme cuenta, dos finas lágrimas rodaron por mi mejilla convirtiéndose en perlas al tocar el agua. Ansiaba que volviera aquel ser, lo anhelaba con todo mi corazón, no comprendía razones, pero el deseo era tan fuerte que oprimía mi pecho en protesta. ¿Realmente tenía derecho a tal anhelo? Durante tanto tiempo viviendo escondido, escuchando innumerables historias de la despreciable bestia que eran las sirenas, ¿tenía realmente el derecho de que aquellas emociones florecieran?

Suspire golpeando el agua y viendo como las pequeñas hondas disipaban la imagen que se había formado, aquel ser era un dragón, un ser celestial, tal vez se confundió, tal vez era una trampa, un nuevo método para cazar a los seres despreciables a quien pertenecía. No lo sabía, y aunque algo dentro de mí decía que aquel hombre pertenecía a mi lado, la lógica rebatía todo pensamiento contrario. Mire por última vez el cielo aquella noche, la cueva por la cual tanto tiempo me había servido de hogar y di mi último adiós ante de partir tan lejos como mi cuerpo me lo permitiera, ya no podía quedarme allí.

El canto del corazónWhere stories live. Discover now