Capítulo 14. Suaveyama

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Diciembre llegó entre lluvias, entrenamientos con mallas largas para evitar el frío en las rodillas, noches de té caliente y peleas por el mejor sitio junto a la estufa en la residencia de los Black Jackals. No faltó el maratón de películas de Harry Potter con su dosis de chocolates y los comentarios de Bokuto quejándose de que esos dementores me dan pesadillas, Akaashi no me deja ver pelis de miedo.

Atsumu organizó una fiesta del pavo imitando no sé qué celebración americana que en verdad fue una excusa para que Hinata cocinase un pavo relleno viendo un vídeo en Internet y acabasen todos borrachos jugando a beso, verdad, atrevimiento. Hinata eligió atrevimiento todo el tiempo para evadir el inevitable beso con Atsumu y terminó comiéndose medio bote de pasta de dientes y de baja tres días con gastroenteritis, con la consiguiente bronca de Meian que no os puedo dejar solos un fin de semana, que sois una panda de descerebrados.

Las revistas de vóley hablaban de Kageyama e Igarashi-kun, el dúo invencible separado por el bajo rendimiento del rematador, que era duda en los convocados para los próximos partidos. Hablaban también de Miya Atsumu, la promesa rubia, le llamaban y se paseaba orgulloso restregándoles su nuevo apodo genial hasta que Sakusa le dijo que no había nada genial en que te llamasen como a una joven modelo de ropa interior.

Las cosas entre Sakusa y Atsumu estaban en un punto... extraño. Hinata había preferido no preguntar, porque tenía miedo de la respuesta. Dormían juntos, Atsumu no perdía la ocasión para darle detalles, como si quisiese que precisamente él se enterase. También sentía la tirantez de Sakusa. Ya ni siquiera conectaban cuando le traía productos de limpieza caros y se ofrecía a frotar con él los azulejos del baño.

Y después...

—No tengo remedio.

Levantó la mirada hacia los nubarrones, gris con negro, y una gota de lluvia le cayó sobre la nariz, primer aviso de la tormenta. Doce kilómetros corriendo en círculos por la pista de tierra del parque de Hanazono, y los doce pensando en los besos de Kageyama. Vuelta uno, su aliento en la comisura de la boca. Vuelta dos, sus ojos, cerca, azul, pestañas, una sonrisa a medio centímetro de distancia. Vuelta tres, sus dientes. Vuelta cuatro, el baile de su lengua...

Se subió la capucha del impermeable hasta cubrirse la cabeza, apretó los cordones hasta que la mitad de su cara quedó atrapada y entonces gritó al cielo.

—¡Ahhhh Bakayama, eres mi muerte!

Dio otra vuelta al parque, más deprisa, con la lluvia golpeando con violencia y las zapatillas, llenas de barro, metiéndose en todos los charcos.

Llegó a la residencia de los Black Jackals a media tarde. Se descalzó en la entrada y se deshizo de la ropa empapada, quedándose en calzoncillos. Estaba solo, todos los demás habían aprovechado el penúltimo fin de semana de diciembre para volverse a sus casas familiares, comprar regalos de última hora o simplemente ir a esquiar, como Bokuto y Akaashi, pese a las amenazas de Meian de si vuelves lesionado te juro que duermes en el garaje hasta la próxima temporada.

Hinata querría haber ido a esquiar, pero no tenía dinero. Era pésimo administrando su sueldo y aunque en diciembre recibían una paga extra, la invirtió en una BTT para hacer salidas a la montaña los fines de semana que tenían libres. Yamaguchi se había aficionado bastante al ciclismo, tenía una app donde subía sus rutas y a Hinata le gustaba recuperar la sensación de sus pies sobre los pedales, casi volando sobre las pistas de tierra. Tal vez también gastó demasiado en mangas BL, pero es que no paraban de sacar historias geniales y luego Inunaki le emborrachó y le convenció de que comprasen juntos una milésima parte de algo llamado bit coin diciendo que serían ricos en diez años y Hinata no entendía nada pero le sentaba muy mal beber sake en ayunas.

Nadie duerme en Tokio |KageHina|Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon