Capítulo 19. Castillos en el aire

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Hola! Siento la espera por este capítulo, pero para coronar este puto 2021, cogí covid... Así que estoy aislada y enfermita y se me ha complicado escribir. Gracias por estar siempre y por favor, si hay alguien haciéndome vudú o poniéndome velas negras, que se detenga, soy buena persona xD

Felices fiestas y disfrutad del capítulo!

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Si Hinata pudiese tener un poder, eligiría dar marcha atrás al tiempo para enmendar todos los estúpidos errores que cometió en su vida. Empezaría por la vez en que, un poco celoso, retó a Natsu, casi un bebé, a trepar a la mesa del salón, con el resultado de una brecha y tres puntos de sutura que le hicieron sentir el peor hermano del mundo.

Entonces tenía diez años. Desde entonces y hasta los veintidós, la lista de desaciertos podría llenar varios cuadernos a doble página.

La última vez que vio a su padre, la forma en que se le enredaron los cordones desatados de las zapatillas mientras intentaba correr detrás de él. El punto que falló contra el Aoba Josai. Su incompetencia a la hora de cuidar de sí mismo, que les llevó a perder sus primeros nacionales. Todas las confesiones que se congelaron más allá de sus cuerdas vocales cuando Kageyama le enfrentó, los ojos más azules que conocía, capaces de hacerle picadillo. Los me gustas que se tragó y que se convirtieron en algo mucho más grande. Todas las veces que, en silencio, deseó su aprobación. Una palabra de aliento, un cumplido.

Cada vez que saltó más alto solo para ver esa mirada, mi mejor amigo, mi mejor rival, el único que le hace pwam a mi corazón.
Todas las veces que pensó en escribirle desde Río y no lo hizo.

Esa llamada que nunca contestó.
Ese lo siento que no le dijo cuando lo necesitaba.

Lo que sí hizo en Brasil. No se arrepentía de todo. Hinata no era de los que se arrepienten de vivir, y él no había hecho nada mejor que eso. Sin embargo, no todo fue bueno. Aprendió a base de caídas.

Joao.

Joao y sus frases de libro de autoayuda, que Hinata apuntaba en servilletas para releerlas cuando estaba solo. Joao y su gusto por el cacao puro brasileño y por el trap, y su empeño por llevar a Hinata a bailar, Joao y su obsesión por la comida vegana y las ocho horas de sueño, su locura por el yoga y su capacidad para adelantarse a todos los pensamientos de Hinata.

Joao y su insistencia en enseñarle. Hinata nunca había estado con alguien adulto, y Joao tenía dieciséis años más que él.

—¿Sabes qué me gusta de ti?— preguntaba a veces —. Que no eres como esos críos de tu edad. Eres un chico maduro.

Y Hinata sonreía y se derretía ante las atenciones.

Su vóley mejoraba cada día. Seguía todos sus entrenamientos, por duros que fuesen. Joao había jugado, sabía lo que hacía. Conocía el camino sin atajos. Hinata obedecía a todo, a sus pautas de alimentación, dejó la carne, dejó la leche, dejó los dulces. Perdió peso y ganó músculo y Joao le enseñó que ese era el cuerpo que debía tener, y si no estaba convencido, le convencía mostrándole todos los lugares en los que era hermoso.

Joao y su Lada Samara, un coche que, según él, vino directo de la URSS, amarillo con la pintura desgastada en las puertas traseras, donde se acostaron por primera vez. No fue romántico, ni dulce, ni lo que Hinata esperaba. Pero le ayudó a alejar otro nombre de su cabeza, y en ese momento, a tanta distancia de casa, con la soledad pesándole tanto, eso era mucho.

Siempre lo hacían en el asiento trasero.

Hinata creía que a Joao le gustaba lo salvaje, que era un alma libre. No eran novios, pero él tampoco quería serlo. No estaba enamorado. Eso no era amor. Estaba enganchado, como una droga.

Nadie duerme en Tokio |KageHina|Where stories live. Discover now