Capítulo 11. El mordisco del chacal

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Antes de nada, gracias a todo el mundo por el apoyo a la historia. Especialmente quiero agradecer a Lady-Quimm que me hizo un precioso dibujito de Aki que os dejo al final del capítulo como premio a las que lleguen hasta allí después de mi tremendo tocho xD

Gracias por tanto y perdonad el sufrimiento y las erratas

#osamo #juroqueeskagehina

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Atsumu era un colocador. Lo supo a los ocho años, de la misma forma natural en que descubrió que era alérgico a los gatos, que odiaba la comida caliente y a la gente mediocre, y que le gustaban chicas y chicos por igual. 

Un colocador, pensaba a los dieciséis, es un Dios. Una fuerza todopoderosa, un ser superior, y así se lo comunicó a su hermano. Samu le lanzó un saque directo a los huevos para recordarle que los dioses no lloran cuando alguien golpea sus testículos.

¿Qué podía saber él? Era el gemelo bastardo que ponía la mano delante del examen para que no pudiese echar un vistazo. Búscate la vida, murmuraba, como si no hubiese intentado asesinarle en el útero materno. Atsumu nació diez minutos antes, con el cordón enroscado al cuello. Su hermano tenía otro trozo entre sus deditos, y por algún motivo su madre lo consideró tierno.

Puto gemelo homicida.

Atsumu era un profesional. Conocía su elemento, conocía el vóley, y a sus veintitrés años seguía creyendo que un colocador es un Dios. A veces también se veía como un general frente a un ejército hambriento, repartiendo sopa. Toma tu tazón, cómetelo y ve. Siempre querían más, pero él sujetaba el cazo. Les daría lo que quisiese y tendrían que tomarlo, porque Atsumu tenía el mando.

—Eres un santurrón —le dijo a Kageyama cuando le conoció. Era insultante, alguien con tanto poder y tan reprimido. Como si se pudiese encerrar una tormenta en un bote de cristal, Kageyama servía la bola como un jubilado que baja a la panadería los domingos—. Eres bueno en la izquierda. Podrías ser rematador.

Podría ponértela como te gusta. 

—Pero soy colocador —contestó.

Atsumu había estudiado Mitología griega. En el Olimpo coexistían muchos dioses, igual que en la cancha. Cada equipo adoraba a su propio Dios, su colocador, y el Dios más fuerte tendría el mejor ejército. En concreto, Atsumu pasó una época obsesionado con un soldado naranja de metro sesenta y pico que subía fotos a Instagram jugando al vóley playa.

Ese chico le provocaba emociones encontradas. Quería estar en su lugar, bebiendo caipirinhas y tomando el sol. Quería vencerle. Quería tenerle en su equipo, mejorar el rápido raro con él. Y, en fin, también quería follárselo en una de esas playas paradisíacas, aplastando sus pecas contra la arena húmeda.

Años después, la versión adulta de Hinata Shouyou aparecía en la cancha de los MSBY y el ruido de sus alas al desplegarse le dejó sordo.

Te partirás los dientes en la caída, auguró Samu.

Nadie duerme en Tokio |KageHina|Where stories live. Discover now