42

736 55 30
                                    

CAPÍTULO 42
La familia Myers.
Olivia.

Recuerdo que cuando tenía diez años habíamos planeado el día familiar, todos los sábados desaparecían los celulares, no se encendía ni un solo aparato tecnológico y solo éramos nosotros cuatro, juntos, recuerdo que muchas veces solo salíamos al jardín y hablábamos entre todos por horas, muchas veces también leíamos la biblia juntos y luego en la tarde, casi apunto de anochecer papá decía que iría a comprar helado y yo siempre lo acompañaba, nos montábamos en el auto, mientras el conducía yo hablaba, de la escuela, de el paisaje, de cualquier cosa y él me escuchaba atentamente, siempre comprábamos helados diferentes, no se quejaba aunque escogiera los sabores más raros que pudieran existir y yo era feliz, muy feliz, lo recuerdo, recuerdo cada sábado y lo guardo en mi corazón como si fuera lo más valioso.

Así que con ese recuerdo en mi mente bajé junto a Marcus, me obligué a no mirarlo, a no ver sus golpes, papá y mamá habían tardado más de lo normal, parecía como si hubieran estado evitando esta conversación, ellos seguían en la entrada, mamá estaba dándonos la espalda y reía seguramente por algo que le había dicho mi padre anteriormente, cuando se giró se llevó una mano a su boca y sus ojos se pusieron llorosos, se acercó a Marcus rápidamente y examinó su cara.

—Oh mi niño. ¿Quién te hizo esto? ¿Te asaltaron?—preguntó totalmente preocupada y ahí lo supe, mamá no se había enterado de nada, ella no había visto a Marcus antes. Ella le había hecho caso a papá y lo esperó en el auto.

—Papá, fue papá.—le contesté, ella me miró, frunció el ceño confundida y luego se giró rápidamente.

Y pasó, por primera vez mamá alzó su voz, por primera vez no permitió que papá hablará, ella solo se acercó a él y lo golpeó en el rostro, su palma contra su mejilla y se escuchó fuertemente, Marcus y yo estábamos sorprendidos, papá se llevó una de sus manos a su mejilla y solo la miró.

—¡No vuelvas a tocar a mi hijo! ¿Cómo se te ocurre?—Le gritó, sus ojos estaban llorosos y la mano con la que lo había golpeado temblaba.—Sí, dejó la universidad, pero no debías, no debías…

—¡No fue por eso! ¿Crees que sería capaz de golpearlo por esa tontería?—le dijo, luego nos miró y negó con su cabeza.—Tu hijo es un maricón, eso es lo que pasa.

—¿Qué?—preguntó mamá, sus mejillas ya estaban húmedas y se giró a ver a Marcus.—¿Eso es cierto, cariño?

—¡No! No, mamá.—Marcus se acercó a ella y tomó las manos de ella entre las suyas.—Le expliqué, fue un malentendido y él no me quiso escuchar, no soy gay, pero tampoco tienen nada de malo las personas que si lo son.

—Es pecado, Marcus, es pecado.—susurró mamá y yo sentí un nudo en mi garganta.—Pero no lo eres y tu padre no te escuchó.

—¡Pero ese chico!—papá lo miró con duda.

—¡Es un amigo! Solo eso.—comentó, mamá asintió y papá negó con su cabeza varias veces.

—No, no, no.—susurró varias veces mirando hacía el suelo, sentí un escalofrió por todo mi cuerpo cuando él alzó su mirada y vi su rostro, estaba llorando.—Lo siento, hijo. Lo siento tanto, por favor.—Papá se acercó, Marcus soltó a mamá y él asintió y eso fue suficiente, papá lo abrazó mientras seguía llorando.—Creí que eras uno de esos y no, no me pude contener, te amo hijo y no quiero perderte, no quiero que Dios te abandone, no podías ser como esos asquerosos pecadores.

No pude soportarlo más, no pude seguir escuchándolo, sabía que Marcus estaría bien, que ya no corría peligro, que no era necesario que se fuera de casa porque papá no volvería a hacerle daño, mamá me miró confundida cuando subí las escaleras casi corriendo, apenas entré a mi habitación cerré la puerta con seguro y me tiré en mi cama, tapé mi rostro entre las almohadas mientras las lágrimas salían, lloré y le pedí a Dios que no me abandonara, que me ayudará, que lo necesitaba, porque me sentía perdida, rota y estaba cansada de no comprenderme, de sentirme tan asqueada de mi misma, abracé mis almohadas con fuerzas deseando que Lina estuviera aquí, porque sabía que ella no me juzgaba, que ella me comprendía, que ella no me gritaría que era una pecadora, desee con todas mis fuerzas ser escuchada, que Dios se acercara a mi y me dijera que no hacía nada malo, que no era una pecadora asquerosa, que no me abandonaría, pero no pasó y temblé, sentí más miedo que antes. ¿Y si Dios había dejado de escucharme? ¿Y si ya me había abandonado? Lloré aún más de solo pensarlo.

Nothing Like UsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora