Capítulo 42

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—     Princesa —giró distraída—

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— Princesa —giró distraída—. Alguien la solicita en el patio interno. —Rufina frunció el ceño sin entender a la doncella.

— ¿Quién?

— No puedo decirle. —entrecerró sus ojos y caminó hacia donde la joven le indicó.

Rufina seguía oyendo los cotilleos, lo que había sucedido en el palacio, las sentencias y las festividades. Pero lo que más tenía en conmoción a la joven, era que su hermana mantenía en secreto su relación con el príncipe Sabas. Tuvo mucha dificultad para no exponerlo frente a Sebastiana que revoloteaba en el harem como si nada.

Entre sus pensamientos, se detuvo frente a la gran fuente de agua, se abrazó a sí misma por la brisa fría del pronto invierno y miró a su alrededor confusa. No veía a nadie. Liberó un bufido y giró para regresar, pero se topó con alguien doblemente más alto que ella.

— Vaya, creo que la he asustado. —demostró una sonrisa radiante al verla tan estupefacta.

— Ramiro —tartamudeó—. Qué sorpresa. —tomó con tersura su mano y le depositó un beso.

— He pensado mucho en usted, sus cartas no me hacían sentir tan solo. —la joven sintió que sus mejillas ardían. Le era extraño sentirse así frente a Ramiro, era su amigo.

— Yo también, lo he extrañado, digo, lo hemos extrañado —rio nerviosa—. Ha sido todo un caos. —el duque sonreía sin descaro.

— Lo sé, ni yo lo creo, las cosas han comenzado a encaminarse ¿no lo cree? —pausó tras observarla detenidamente, tenía una mirada inocente que ninguna otra joven tenía—. Está muy bella, milady.

— Gracias, Ramiro —rio—. Es un adulador.

— Espero que el conde Kenat, no la haya molestado.

— No lo he visto.

— ¿De veras? Sabe que la defenderé, somos amigos y para eso estamos.

— Tranquilo —miró a un costado para evitar la sofocante mirada del duque—. Debo volver al harem. —Ramiro tomó de su mano rápidamente.

— Me gustaría que pudiéramos pasear por la ciudad, que le parece, quisiera visitar el comedor.

— Será un placer. —sonrieron. Ambos notaron una cierta conexión inusual.


*

La hermana mayor de las princesas estaba en el invernadero, alejada de las responsabilidades al menos por unos minutos. Contempló las rosas que eran sus favoritas y cortó un par para colocarlas en un jarrón y llevarlas a sus aposentos.

Yannick ingresó al invernadero silencioso y sonrió al verla tan fundida en sus pensamientos mientras podaba las rosas. Dio unos pasos más y decidió carraspear, por lo que la princesa giró con las tijeras en su mano y sonrió enternecida.

EIDER. Travesía de una ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora