Capítulo 29

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Sabas se dirigió al harem a pasos pesados, arrebatado y con un raciocinio sinuoso

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Sabas se dirigió al harem a pasos pesados, arrebatado y con un raciocinio sinuoso. Las doncellas al verlo iniciaron un recorrido de susurros y miradas lascivas hacia él. Seguía cautivando a las mujeres cada vez más. Aprovechando la situación, no dudó en coquetear con su sonrisa arrogante a ellas. Tenía una fuerte necesidad de alejar a Eider de sus pensamientos; tan así, que había olvidado el entrenamiento.

Úrsula lo vio deambular por el harem y no vaciló en acercarse a él.

— ¿Qué haces aquí? —bajó su mirada a ella.

— Úrsula —sonrió y volvió a visualizar las muchachas—. Me enteré que han ingresado nuevas mujeres al harem. —tomó de su barbilla con fuerza y obligó que se fijara en ella.

— ¿Olvidaste que era tu favorita? —acunó su rostro con ambas manos—. Ya no me solicitas, te extraño. —Sabas se deshizo delicadamente del gesto.

— Entonces prepárate para mí —llevó los brazos a su espalda para entrelazar sus manos—. Te espero en mis aposentos. —sin más se alejó del harem aún con su mente abstraída y aparente enojo.

— Úrsula —giró hacia la persona que tenía detrás—. ¿Cuándo dejarás de mendigar cariño?

— No te entrometas, Tadea —se acercó desafiante—. Además mira quien habla de mendigar, te arrastras tras la reina, quien asesinó a vuestra madre.

Tadea permaneció mirándola sin poder enunciar palabra. Eider le perdonó la vida, pero no sabía hasta qué punto, sentía que ya no era dueña de su propia vida.


*

Sus rizos flameaban con el viento colisionado por la correteada de su yegua Frida de hermoso color blanco como la nieve. Eider se sentía libre y alegre al poder disfrutar las cálidas temperaturas y la abundante vegetación de los bosques; después de tanto tiempo, la actividad era placentera.

Incentivó a su yegua frenar sus frenéticos correteos antes de atravesar la colina. La mansa Frida se detuvo pudiéndose apreciar a lo lejos el mar con las prominentes olas espumosas y el viento proveniente del mar que traía consigo el aroma de agua salada.

— Antes de que marchara a Valsa, nosotros junto a Sabas habíamos cabalgado hasta este lugar. —relató al detenerse a su lado con su caballo. Eider abrió sus ojos y sonrió con melancolía.

— Apenas teníamos catorce años —lo observó de costado—. Lo había olvidado. —Ramiro sonrió con su vista al esplendoroso mar.

— Éramos muy amigos, tú y yo —mencionó animado—. Con Sabas, la relación era un poco más áspera.

— Ustedes competían en todo, Ramiro —se burló—. No existía otra relación entre ustedes y creo que en la actualidad siguen haciéndolo. —la miró de reojo.

EIDER. Travesía de una ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora