Capítulo 24

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El joven Julio junto a su conde, ingresaron a la sala del trono donde Quirina y Rufina aguardaban junto a Octavio y Kenat

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El joven Julio junto a su conde, ingresaron a la sala del trono donde Quirina y Rufina aguardaban junto a Octavio y Kenat. El príncipe a su encuentro observó sigilosamente a todos e inclinó levemente su cabeza.

— Princesas, condes. —saludó.

— Julio, querías discutir sobre un asunto —habló Rufina con seriedad—. Te escuchamos.

— Sé que lo indicado es que lo pudiera hablar con la reina y Sabas, pero estoy teniendo que solventar gastos mayores y necesito un refuerzo de la capital, por eso no puedo esperar.

Se miraron todos entre sí.

— No puede ser, príncipe. Detalladamente llevamos las cuentas con precisión. —contradijo Octavio con alteración.

— Lamento decirle conde, que lo enviado no alcanza para cubrir gastos suficientes de la provincia.

— Es imposible. —vaciló el conde.

— Julio, necesitaré que me enumeres los gastos y en base a ello haremos un refinanciamiento en caso de necesitarlo. —afirmó Rufina con duda.

— Lo haré princesa.

— Este asunto deberá inspeccionarlo la reina, princesa. —intervino Octavio.

— ¿Cuándo regresará? —preguntó Julio.

— Lo antes posible, en unos días. —habló Quirina con firmeza.

— ¿Cómo se encuentra la provincia? —interrogó Octavio—. No hemos tenido noticias, y no pudimos tener una reunión ya que no estuvieron presentes en el funeral del rey.

Julio tragó saliva y permaneció en silencio unos segundos.

— Estuvimos muy apenados no poder haber asistido, padecimos el duelo de la peor forma —miró a Rufina con decisión, sin remordimiento ni pena—. La provincia se encuentra bien, salvo por lo que mencionaba, que espero pueda ser rápido.

Las hermanas adivinaron tal cinismo en la voz del joven.

*

Caminaba de un lado a otro sintiendo un nudo en el estómago, no podía soportar la opresión de su pecho; el impulso de querer cometer una locura seguía intacto en su mente. Miró la noche estrellada a través de su ventanal y se estaba comiendo las uñas con un nerviosismo nunca vivido. Miró sobre sus hombros las puertas de sus aposentos y lo decidió; decidió salir de esas estructuras, contradiciéndose a sí misma de que estaba cometiendo ese impulso imparable.

Caminó por los desolados pasillos del castillo, perseguida por cada rincón que encontrase. Se detuvo frente a los aposentos del príncipe Sabas. Tragó saliva, frunció sus puños por los nervios, inhaló y exhaló aire y luego de un tardío momento, decidió golpear la puerta con suavidad mirando ambos lados con rapidez. Contaría hasta diez segundos de espera, y pensó que si no se abría la puerta saldría corriendo; pero, antes de llegar a seis, Sabas apareció detrás de las puertas con un rostro tan asombrado como el de ella al fijarse que era tarde para huir.

EIDER. Travesía de una ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora