CAPÍTULO 31

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All I Want-Kodaline

Narrado por Cassie

Desde que Katherine me reveló parte de los secretos que oculta Jules al resto, mi cabeza no ha parado de gritarme que lo busque. Mientras como solo pienso en buscarle, en la ducha también, mientras estudio solo hace más que distraerme.

Así que me rindo, me calzo unos zapatos cualquiera, agarro las llaves de casa y salgo dirección a la suya.

Cojo el coche, está demasiado lejos para ir andando. A diferencia de mí, que vivo en una zona algo más humilde, Jules vive en un complejo de casas adosadas bastante bonitas y de estilo familiar. No son muchas las veces que he ido a su casa y esas veces han sido fugaces. Ahora entiendo que no quería que descubriera que su madre está enferma.

En cuando llego a la zona residencial, aparco mi coche frente a la acera frente a la casa y salgo al exterior caminando un poco dudosa. Sé que no me espera en absoluto y tal vez sienta que estoy invadiendo su espacio o que soy un tanto maleducada por presentarme sin avisar.

Doy los últimos pasos del porche y toco el timbre. Escucho unos pasos fuertes dirigirse hasta la puerta y comienzo a juguetear nerviosamente con mis dedos. La puerta se abre revelando a un Jules cansado y ojeroso. Lleva el pelo recogido en la nuca como normalmente y viste con unos pantalones de deporte desgastados y una camiseta sin mangas negra. Sus ojos se expanden por la sorpresa cuando me ve plantada en su puerta.

—¿Cassie? —Me mira directamente y luego a mis alrededores, pensando que tal vez no venga sola. —¿Estás bien? ¿Ocurre algo?

Me agarra por la altura de la muñeca y me invita rápidamente al interior. Su tacto se siente como fuego contra la piel.

—¿Estás bien tú?

Sus ojos, ahora casi dorados como el oro líquido me miran con confusión, aferrando aún mi muñeca con su mano.

—¿Por qué no iba a estarlo?

Noto como fuerza una sonrisa a la vez que me conduce con cuidado hasta el salón. Me invita a que me siente en el sofá en el que ya he estado otras veces, pero ahora puedo notar ciertas señales. El aire de la casa huele como un hospital, ese toque a antiséptico, lejía y limpio. El mueble de la entrada está lleno de papeles, todos con el sello del hospital. Se me comprime el pecho.

—Jules.

Lo llamo, sintiendo como sus ojos se hunden en los míos. Toda esa distancia abierta entre nosotros, ese océano que me he dispuesto a poner como obstáculo, parece capaz de esfumarse en un parpadeo.

Libero mi muñeca de su agarre y aunque es algo que aún me cuesta hacer, pongo mi mano cubriendo la suya en un apretón cálido y comprensivo.

—Lo sé, sé lo que te está pasando.

Sus ojos viajan a todas partes, noto que lucha por no romperse. La nuez de su garganta sube y baja mientras contiene sus emociones. Mi apretón se vuelve más fuerte.

—¿Cómo?

Es lo único que consigue decir.

Tomo una bocanada de aire, sintiendo que esto también es difícil para mí.

—Petra se lo contó a Katherine. Todo. —Acaricio el dorso de su mano con el pulgar. —La enfermedad de tu madre...

Dejo el resto en el aire, me cuesta contar que sé la infidelidad de su padre. Es desagradable, cruel, repugnante.

¿Cómo se puede ser tan ruin de engañar a tu esposa en la misma cama en la que un día dormisteis como un feliz matrimonio? Puedo entender que los matrimonios se rompen, pero hay que ser valiente y tener el coraje necesario para afrontar las cosas de frente. No hay peor forma de destrozar la confianza de una persona que con deslealtad y mentiras.

El Juego de la ArañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora