CAPÍTULO 30

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Unworthy-Vancouver Sleep Clinic

Sus ojos permanecen puestos en mí, sin dirigirse a nada más que no sea yo. Ese aire juguetón y divertido que se había instalado entre nosotros se ve rápidamente reemplazado por un ambiente enrarecido y sombrío.

—¿Qué pasó? —Pregunta, sabiendo que necesito su empuje para proseguir.

Tomo una bocanada de aire, lista para contar lo que llevo años reprimiendo.

—Mi hermana se llamaba Cordelia, Cordelia Montgomery Shepard. Ella fue la primera en nacer, cuatro años antes de que naciera yo. -Me detengo para fijarme en sus ojos y si ha captado lo que eso significa. —Ella era la destinada a ocupar el cargo que ostento ahora. Su nacimiento fue muy celebrado, la mimaban muchísimo, en cuanto comenzó a hablar los mejores tutores del país vinieron a nuestra mansión para enseñarle el máximo número de idiomas. Ya sabes, dicen que los niños adquieren el idioma más fácilmente que un adulto. Ella era muy parecida a mi padre, tenía sus ojos y el pelo castaño como el suyo, pero la forma de ser de mi madre. Era la fórmula perfecta, la mejor aleación posible de los dos. Después nací yo, no fui muy esperada, al fin y al cabo, yo era un reemplazo de mi hermana.

—Imbéciles los que piensen que tú solo eres un reemplazo. —Dice entre una risa áspera.

—Lo soy, Aiden. Desde que nací se me escondió del mundo, nunca aparecí en eventos públicos ni nada por el estilo. Se me mantuvo oculta. Toda la atención era para mi hermana, ella era la que tenía que brillar. No se me educó con la misma pasión que ella, mientras Cordelia dominaba cinco idiomas para la edad de doce años, yo a duras penas me desenvolvía en dos. Mientras a mi me dejaban que me divirtiera entrenando en tiro con arco, a ella la pulieron en la esgrima, el tiro con arco, las artes marciales...todo en su vida giraba a ese fin. Yo solo era la hermana pequeña que la reemplazaría si llegaba el momento. Un momento que nadie pensó que llegaría.

—Hasta que llegó. —Sentencia.

—Hasta que llegó. —Digo asintiendo. —Yo tenía ocho años para ese entonces. Estábamos jugando juntas esa tarde, a pesar de lo que pueda parecer, nos adorábamos la una a la otra. Amaba a mi hermana y ella me amaba a mí. La busqué durante horas, ella era muy buena escondiéndose. —Una sonrisa triste me tira de las comisuras. —Entonces pensé en uno de nuestros sitios favoritos, el lago. Corrí hasta allí y la encontré en el agua. Al principio pensé que estaba nadando, luego gastándome una broma y finalmente me di cuenta de que algo no iba bien. Me alejaron de allí en cuanto sacaron su cuerpo pálido y frío del agua. Esa noche la esperé en la cama, sin entender bien que estaba pasando, la esperé para que me contara el cuento de todas las noches. —Las lágrimas comienzan a picarme en los ojos. —Mi padre entró y me dijo que ella nunca volvería. No lo entendí en ese momento, no tenía un concepto formado sobre la muerte. Eso llegó después. Es curioso que Cordelia signifique joya de mar y al final fuera el agua quien acabó con ella.

Una lágrima solitaria y caliente desciende por mi mejilla, siendo atrapada por su índice.

—Ven aquí.

El brazo sano de Aiden me rodea el antebrazo con suavidad, invitándome a que me coloque a su lado. Me acurruco contra él, hundiendo mi rostro en la amplitud de su pecho. Me rodea con el brazo y acaricia mi pelo de una forma placentera y tranquilizadora.

—Todo fue a peor cuando ella se fue. —Digo con la voz ahogada por el nudo que me oprime la garganta.

—¿A qué te refieres?

Su voz es suave, tranquilizadora, mientras sus caricias no cesan intentando borrar con el paso de sus dedos el dolor que me sacude por dentro.

—Mi madre se desequilibró. Perder a mi hermana fue demasiado duro para ella. Cordelia era la luz de sus ojos, lo mejor de ella y lo mejor de mi padre. En cambio, a mi siempre me miró con recelo. Yo era su reflejo, tenía su aspecto y su forma de ser.

El Juego de la ArañaWhere stories live. Discover now