—¿Entrenamos luego? —Pregunto.

—Siempre estoy dispuesto a hacerte sudar, sea de la forma que sea.

Le revuelvo el pelo antes de salir del coche. Cierro la puerta sintiendo su atenta mirada sobre mí, camino contoneándome un poquito y cuando vuelvo la vista atrás me encuentro con sus ojos oscurecidos y una expresión casi animal.

Sonrío y vuelvo al frente.

Los hombres de Roy me dejan pasar en cuando me reconocen, les sonrío de forma seductora, contra más gente esté bajo mi encanto mejor. Acudo a los vestuarios y allí espero el mejor momento para empezar a actuar.

No paran de entrar chicas, retocándose el pelo y el maquillaje, ninguna de ellas es la que busco. Las imito, saco de mi taquilla el neceser que tengo preparado y me aplico rímel, retoco mis polvos, repaso mi eyeliner.

Escucho la puerta abrirse y vuelvo a mirar con la esperanza de ver a Dakota. Bingo.

Lleva un mono ajustado de látex de un tono azul cobalto que hace contraste con su tez morena. La miro con intensidad, esperando que sepa interpretarlo. Asiente de forma sutil, casi imperceptible. Se coloca junto a mí, mirándose al espejo. Esperamos varias vueltas del reloj hasta que parece que nos quedamos solas.

—Dijiste que contara contigo. —Susurro mientras sigo enfuscada en retocarme.

—Así es. —Responde ella haciendo lo mismo. —¿Vas a dar el primer paso?

—Quiero colarme en el despacho. —Lo digo tan flojo que creo que no me ha escuchado. —Necesito que hagas que salga cuando esté dentro.

—¿Qué piensas hacer?

Justo a mi lado está mi bolsa con mis pertenencias, de ahí saco la pistola que me ha devuelto Aiden, la que llevé al baile. La coloco contra su abdomen y la miro fijamente.

—Primero quiero que me digas porque tengo que confiar en ti.

No muestra signos de estar preocupada. Ejerzo más presión con el arma y quito el seguro, haciéndole captar que voy totalmente en serio.

—No soy tu enemiga, nunca lo he sido. —Dice. —Me arrepiento de a todas las chicas que he traído a este lugar, no sabía que les iba a pasar. Ahora lo sé. Desaparecen. —Confiesa. —Quiero enmendar ese error. Puedo ayudarte.

No aparto el arma, aunque sí me creo sus palabras.

No llora, no se le humedecen los ojos, permanece fuerte e irrompible frente a mi con la barbilla en alto.

—Le debo dos favores a Roy. —Comienzo a decir. —Entraré en el despacho con la excusa de devolverle el favor. Quiero que lo hagas salir.

—Volverá. —Se le ensombrece el rostro. —Y entonces sí que se cobrará el favor.

—Entonces consigue que no vuelva.

Se instala el silencio. Juro que podría ver los engranajes de su cabeza girando sin parar, maquinando, si me esforzase un poco en verlo.

—El sexo no funcionará, no si tú eres una opción a elegir. —Suelta sus pensamientos en voz alta. —Puedo hacer algo, pero es arriesgado.

—¿El qué?

—Fuego.

—Podríamos matar a alguien. —Replico.

—Haré que las chicas estén cerca de alguna de las salidas, inventaré alguna excusa. —La preocupación toma forma en sus ojos. —No tendrás mucho tiempo antes de que empiecen a intentar apagarlo o el fuego te impida salir.

El Juego de la ArañaWhere stories live. Discover now