Epílogo

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Un largo pasillo. Si a Kei le hubieran preguntado alguna vez en su vida cómo se sentía desde que su etapa de estudiante de preparatoria había acabado, él respondería que se había sentido como si anduviera sin rumbo fijo durante años por un pasillo interminable. A lo mejor se lo había ganado a pulso y, por primera vez desde que tiene memoria, ha comenzado a meditar seriamente sobre si no habrá tenido él parte de culpa.

Aun así, últimamente ha intentado no pensar demasiado. Ha aprendido a detectar cuáles son los pensamientos que le desgarran la piel intentando arrastrarle con ellos y procura hablar más, porque exponerlos es parte del remedio para deshacerse de ellos. Porque Tsukishima también ha aprendido que los problemas suelen hacerse más pequeños en el momento en el que escapan de sus labios; como si ponerlos en palabras fuera la clave para que empequeñecieran. Como si mientras habla tirase de un hilo que desenreda sus pensamientos y reduzca a nada esa maraña que le asfixia por las noches.

Hace calor. Tsukishima entra en el edificio deseando llegar a casa y poner un poco el aire acondicionado. En el ascensor, responde algunos mensajes de Kenji sonriendo por sus estupideces, a la vez que lleva una mano hasta su corbata para aflojarla y abrir los primeros botones de su camisa. Está tan metido en la conversación que ni se da cuenta de que ha llegado a su rellano. A paso lento, Tsukishima se dirige hasta su puerta percatándose de que nuevos cuadros adornan el rellano (sabe que sus vecinos llevaban tiempo pidiendo un cambio estético en el interior del edificio, pero realmente no esperaba que funcionara). Una vez que llega a su puerta, se queda de pie unos segundos al recibir una llamada inesperada.

Sacando su llavero del bolsillo trasero, Tsukishima decide atenderla más tarde. Todavía tiene que llegar a casa, cambiarse de ropa y revisar unos documentos importantes que se ha traído de la oficina. Que sea verano no quiere decir que pueda permitirse descansar. Sin embargo, en cuanto abre la puerta notando que incluso una gota de sudor resbala por su frente, sabe que su día no va a ser para nada como lo había planeado. Porque no le recibe un rellano vacío, sino un grupo de personas que conoce perfectamente y que gritan emocionadas al verle.

--¡Felicidades!

Kei da un brinco en el sitio, llevándose una mano a su pecho como si fuera una anciana a la que le acabaran de dar el susto de su vida.

--¿Qué hacéis aquí? --es lo primero que suelta, todavía pálido.

Kageyama se encoge de hombros como si no le importara y Kuroo suelta una carcajada, sosteniendo su móvil (Tsukishima puede ver que está en medio de una videollamada con Bokuto, que le saluda sonriente a través de la pantalla). Hinata es el primero que frunce el ceño, alzando los brazos, indignado.

--¡Qué soso eres, hijo de puta!

--¿No es obvio? --continúa diciendo Kuroo--. Hemos venido para celebrar tu cumpleaños.

Kei va a decirle que eso no explica que estén todos dentro de SU piso, pero prefiere ahorrárselo. Está batallando para que una sonrisa no escape de sus labios cuando Kuroo le pasa un brazo por sus hombros insistiendo en que entre de una vez.

--Tenéis demasiado tiempo libre.

Kuroo suelta una carcajada.

--Tiempo libre es lo que nos falta -suelta Tobio, sentado ahora en el sofá -Pero no íbamos a dejar que pasaras solo el día de tu cumpleaños.

Kei le hace una mueca y sostiene el móvil de Kuroo, que se lo ha pasado para que hable un rato con Bokuto. Mientras Tsukishima se distrae con el bicolor, Kageyama frunce el ceño fijándose en la estantería de su derecha, y llama sigilosamente a su novio y a Kuroo.

--¿Qué es todo esto? -les pregunta son una sonrisa malvada, acercándose a los pósters y álbumes que descansan en la estantería blanca y que no pegan para nada con con el estilo de Kei.

Kuroo acompaña su sonrisa burlona.

--¿Esos no son los grupos de kpop para los que ha trabajado Yamaguchi? -pregunta Hinata curioso, dando en el clavo.

Ninguno de ellos estaba muy al tanto de cómo habían quedado sus amigos, por lo que ese pequeño detalle les dice que seguramente Tsukishima y Yamaguchi se estén tomando su tiempo (sobre todo teniendo en cuenta que Tadashi sigue trabajando en Corea, aunque la nueva sede en Tokio pronto vaya a requerir de su ayuda).

--Ah, pero no habéis visto lo mejor -les dice el mayor, acercándose al distraído kei con sigilo--. Mirad.

Kuroo introduce su dedo dentro del cuello de la camisa blanca del rubio, tirando hacia abajo y dejando ver algo que Tsukishima oculta hábilmente: una cadena de plata. Se nota a leguas que no es algo que Tsukishima usualmente usaría, pero Kageyama y Hinata la reconocen al instante: es uno de los tantos colgantes que suele llevar Tadashi, y eso lo afirman en cuanto ven las pequeñas estrellas que adornan la joya.

Kageyama es el primero en soltar una sonrisa burlona, mientras Hinata se acerca a Tsukishima alzando las cejas sugerentemente y dándole un codazo.

--Vaya, vaya... interesante...

--Comenzó a usarla la última vez que Yamaguchi vino a Tokio, hace como tres meses -les explica Kuroo, recostándose en el sofá como si nada.

Tsukishima enrojece hasta las orejas y le tapa la boca, pero ya es demasiado tarde. Al otro lado de la línea, Bokuto, que no se entera de nada, grita algo de que él también quiere reírse de Tsukki. Durante el resto el día, como es obvio, ninguno pierde la oportunidad de bromear con el tema.

Unas horas más tarde, cuando los chicos han abandonado su casa y la sala está llena de vasos y platos (junto con los dulces que traía Kuroo), por fin se puede dar el lujo de darse una larga ducha. Tsukishima nota sus músculos destensarse bajo el agua y se demora más de lo habitual porque el cansancio del día se le ha pegado a la piel como el calor de verano.

Cuando por fin vuelve al salón y revisa su móvil, se da cuenta de que tiene un par de llamadas perdidas y muchos mensajes de Tadashi, por lo que tarda solo un segundo en levantarse del sofá y prácticamente correr hacia la entrada. Como esperaba, al abrir la puerta y mirar a su costado se encuentra con una imagen que ya había visto meses atrás, y que ahora le produce una ternura de la que sabe no va a poder librarse en un buen rato.

Yamaguchi duerme abrazado a su maleta, tan tranquilo como siempre y esperando por él.

Kei se agacha a su altura y, sonriendo, retira algunos mechones de su rostro, dejando que le despierten sus caricias (cosa que surte efecto, porque poco a poco Tadashi va abriendo los ojos al fin)

--Bienvenido a casa -murmura entonces el rubio.

Yamaguchi tarda un poco en procesar lo que le ha dicho, pero, cuando lo hace, una amplia sonrisa nace en su rostro.

Tsukishima se pregunta si eso que siente al verle sonreír será realmente una fantasía del momento, una sensación que resbalará de sus dedos tan rápido como cae en sus manos. Se pregunta si durará lo suficiente o si le dejará el cuerpo frío cuando le pase por encima, como si pudiera aplastarle hasta dejarle hecho trizas a la misma velocidad en la que sus latidos laten cuando ve al menor. Tsukishima se pregunta si sentirse tan vulnerable vendrá en el pack de estar terriblemente enamorado como él lo está, o si será porque, por primera vez, sabe que la persona que tiene delante le tiene en la palma de su mano y simplemente lo acepta sin miedo a cómo pueda acabar.

Qué complicado era el amor para alguien que ha pasado toda su vida ignorándolo.

--Gracias por esperarme -responde un somnoliento Tadashi.

Gracias a ti por volver, hubiera respondido Tsukishima si no estuviera completamente perdido en su mirada.

I Belong Where You Belong | TsukiyamaWhere stories live. Discover now