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Un largo pasillo. Si a Kei le hubieran preguntado alguna vez en su vida cómo se sentía desde que su etapa de estudiante de preparatoria había acabado, él respondería que se había sentido como si anduviera sin rumbo fijo durante años por un pasillo interminable. Y gris. Asquerosamente gris. En ese pasillo no hay ventanas, ni señales, ni baldosas. Es una masa gris que solo le deja pasar ahí su tiempo mientras él se mueve sin saber hacia dónde se dirige. Sin saber si algún día encontrará salida. Sin saber si volverá a respirar el aire fresco en las montañas de Miyagi o reír como solo se ríe alguien sin preocupaciones, sin ataduras, sin miedos. Es incluso gracioso, de hecho, que ese pasillo sea tan parecido al que recorre en ese momento para llegar a la puerta de su piso.

Esos edificios tan lujosos de Tokyo centran su atención en la fachada y en el interior de los domicilios, pero parecen haberse olvidado del resto de instalaciones. La entrada de su bloque, por ejemplo, solo la adornan dos cuadros (ni siquiera hay rastro de plantas de plástico que intenten darle algo de brío a la estancia). Kei nunca ha entendido de arte, pero incluso alguien como él sabe notar a simple vista lo que puede intentar transmitir una obra, y esas son dos que descansan en las paredes con muy deprimentes.

Durante el recorrido hasta su piso no hay nada más de decoración aparte de esos dos cuadros. El ascensor es gris y, aunque la luz funciona de maravilla, todo es tan soso que da la sensación de que de un momento a otro esta se pondrá a titilar nerviosa. Obviamente nunca lo hace porque las instalaciones son nuevísimas (no por nada es uno de esos edificios tan costosos de la ciudad). Es curioso: cuando visitó por primera vez el lugar no dio importancia a esas cosas. Ahora, en cambio, los escasos minutos que tarda en recorrer ese camino hasta llegar a su piso se le hacen como un laberinto interminable del que ni siquiera sabe si encontrará salida. Muchas veces, incluso llega a su rellano con la corbata algo desatada porque ni se da cuenta de cuándo ha comenzado a retirarla nervioso.

A veces se agobia.

Mucho.

Esa es una de las razones por las que no quiere parar ni un solo minuto. Tsukishima Kei siempre ha sido un excelente pensador y eso es algo que se ha vuelto en su contra. Dejó de jugar, entró en la carrera de Derecho, obtuvo las mejores notas de su promoción, se mudó a Tokyo definitivamente poco después y, ahora, a sus escasos casi 26 años, se ha topado con un gran muro. Trabaja en una buena empresa, se encarga de trabajos que no le suelen dar muchos problemas y lleva al milímetro su vida (teniéndolo todo bien organizado en sus agendas). Pero, ¿ahora qué?

Había llegado al lugar que intentaba evitar. Todo el mundo sabe que no hay nada más terrorífico para alguien que huye de sus pensamientos (para alguien que lleva huyendo toda la vida) que esos momentos en los que las aguas se calman y te dejan segundos a la deriva, flotando sobre un mar que, si bien antes creías que era seguridad, en cualquier momento se transforma en angustia y te arrastra hasta las profundidades. Se ha molestado tanto en no tener tiempo para nada que el poco que le queda libre se ha convertido en su peor enemigo.

Estaba tan ocupado siempre que poco a poco perdió el contacto con sus amigos, poco a poco dejó de utilizar esas redes sociales que ya de por sí él casi ni usaba y, para cuando quiso darse cuenta, estaba en una ciudad desconocida, rodeado de personas desconocidas, aparentando ser un desconocido.

Fuera ha comenzado a nevar. El invierno se está despidiendo con unos fuertes temporales, y cuando ha entrado al edificio ha visto que comenzaban a caer copos de nieve del cielo. A paso rápido recorre la distancia hacia el ascensor, antes de que sus pensamientos le lleven con ellos. Piensa en que cuando llegue al piso rellenará esos informes que le quedaban, limpiará un poco la cocina, llamará al cliente con el que ha quedado al día siguiente y... Una gota de agua cae sobre su mejilla y le hace perder el hilo metal que estaba haciendo sobre sus tareas. Debe de ser un copo de nieve que se ha derrito en la montura de sus lentes.

I Belong Where You Belong | TsukiyamaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora