Ciento catorce

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Después de todo no fui, no era suficiente para él.

Su orgullo estaba por encima de nuestra amistad. No entendía como se decía mi amigo y me dejaba a la deriva. No entendía como funcionaba su cerebro; no me quería con él ni tampoco que nadie se me acercara.

Pensé en alejarme de Kevin pero si lo hacía y él se volvía a alejar por tiempo indefinido. Me quedaría sola hasta que él regresara. Kevin había estado mientras él no estaba, su compañía era agradable pero no era lo mismo.

Era egoísta de su parte querer que siempre lo esperara y era tonto de mi parte esperarlo siempre que él lo deseara.

Estaba enojado y no me hablaba. Yo sólo quería gritarle que lo amaba. Pero era imposible.

Sin embargo el lindo de los ojos claros siempre estaba ahí con una sonrisa, dispuesto a alegrarme cuando más lo necesitaba.

No eran sus ojos los que quería ver, no era su risa la que quería escuchar, no era la colonia que mis fosas nasales deseaban deleitar, no eran los mismos labios ni la misma cara que me hacía suspirar.

— ¿Por qué tan triste princesa?

Sonreí al verlo. Cómo siempre esos grandulones esperaban afuera dándonos privacidad. De vez en cuando estábamos todos conversando amenamente.

—No es nada, sólo me duele la cabeza. —mentí, no me gustaba hacerlo pero era necesario para que no me reprimiera por estar cabizbaja por él otra vez.

—Sabes, eres una pésima mentirosa. —comentó.

—Lo sé. Ya me lo han dicho. —musité.

— ¿Lo amas? —preguntó. Confiaba en Kevin no tenía que mentirle.

—Sí. —confesé. —Es estúpido lo sé, también el hecho de amarlo cómo lo hago. Es sólo que en el corazón no se manda sólo se enamora. No importa si es contraproducente, si daña o no es correspondido. —concluí apenada.

—Él no es bueno para ti. —espetó.

—Tu no lo sabes. —dije a la defensiva.

—Lamentablemente lo sé. Tarde o temprano te hará daño de nuevo. La diferencia es que estaré ahí para darte consuelo y no dejarte caer. Soy tu amigo y me preocupas. —dijo acomodando un mechón de mi cabello.

— ¿Hay algo que me quieras decir? —pregunté. Su respuesta me dejó un mal sabor de boca.

—No. Sólo no regales tu amor, tu tiempo y tu corazón a quien sólo juega con ellos. Por favor aléjate de él. —pidió en un susurro apenas audible.

Sus ojos chocaron con los míos.

—Kevin, es hora de irnos. —dijo uno de los chicos.

Me miró suplicante esperando quizá alguna promesa que no llegó.

—Lo pensaré. —mascullé.

Asintió y se dirigió a la entrada del local.

—Te quiero. —dijo con medio cuerpo de fuera antes de cerrar la puerta.

—También te quiero.

Sonrió y se marchó dejándome con miles de dudas.

Tenía la esperanza de que el enojo se le pasara. También las palabras de Kevin resonaban en mi cabeza haciendo énfasis en la parte que me pedía que me alejara de él. Pero simplemente no podía; no quería. Si bien la presencia de Kevin era vital en los últimos días pero no tenía una profunda huella en mi corazón cómo la que tenía él.

¿Por qué no me podía enamorar de Kevin?

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