0.20 Epifanía

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En esta noche de insomnio brillas aún más.

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1 semana antes.

El transcurso en auto había sido más que silencioso, solo el respirar del omega se atendía en los adentros y podía notar como cada vez se agitaba más

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El transcurso en auto había sido más que silencioso, solo el respirar del omega se atendía en los adentros y podía notar como cada vez se agitaba más.

Después de que el ojos esmeralda le entregara las llaves, supo que ya no estaba en condiciones de prestar completamente atención a sus alrededores, y él, bueno, estaba haciendo su mejor esfuerzo por no detener el coche a medio andar y salir a buscar una gran bocanada de aire. Las ventanas cerradas no mejoraban la condición de su desesperada situación, pues el frío viento le quemaba el rostro con las ráfagas heladas de aire que lograron colarse una vez que las intentó abrir. Aún así el sudor resbalaba por su piel, se sentía nervioso y sabía que su mirada lo delataba.

A pesar de que decidió tomar inhibidores parecía no rendir más que el efecto de un supresor de baja categoría.

El aroma meloso en fresias del peliverde ya no era algo que Katsuki pudiera dejar que pasara por desapercibido, su cuerpo se tensaba y erizaba tan solo al sentir su fragancia de olivo tan suave y cerca de él, la menta llegaba como una ráfaga de aire que opaca a el viento de las calles. Todo él reaccionaba al escuchar sus bajos suspiros, sentía que sus mejillas ya comenzaban a arder al ver de soslayo el rostro colorado del menor, con la simpleza de su mirada y la ternura de su gesto ladeado.

Ya había perdido la cuenta de cuántas veces se había mordido la lengua para no decir alguna estupidez, quería que se quedara ahí, a su lado. Cómo podía decirle que —incluso si todo el transcurso había estado mirando por la ventana— hacía a su pecho inflarse de esperanza por poder permanecer aún junto a él, la sensación se enredaba como lianas y se convertía en una tormenta de mil rayos.

Sí, todo ese tiempo había pedido demasiado, bastaba con tenerlo a un metro ignorándolo para que estuviera feliz. Se sentía un idiota afortunado.

Porque si el amor fuera algo físico sería como un abrazo, y estaba seguro de haberlo aprendido muy bien esa pasada noche y aquella mañana en sus brazos. ¿Él podría haberse sentido igual en los suyos?

Era absurda y grandiosa la manera en que lo hacía sentir, como si su corazón fuera un pedazo insignificante de nada en medio de un profundo océano.

—Llegamos —dijo deteniendo su auto frente al edificio y esperando que el omega saliera corriendo, pero para su sorpresa se quedó sentado sin mover el más mínimo músculo de su cuerpo.

—¿Estás bien?

—Sí —lo escuchó responder con la mano en la manija de la puerta, como si en cualquier momento fuera abrir—. Y… tomaré esto —dijo inclinándose hacia los asientos traseros para tomar la chaqueta del cenizo.

SEMPITERNO  [Katsudeku]Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt