0.02 Regreso

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El vuelo había durado 12 horas y 17 minutos, incluso sentía haber contado cada segundo del trayecto, pues –una vez más– no había logrado conciliar el sueño. Se sentía exhausto, su cuerpo pesaba y era consciente de ello a cada paso que avanzaba, sus orbes se perdían sin rumbo definido y solo eran acompañados por la luminosidad grisácea que invadía al exterior.

El nerviosismo lo consumía mientras bajaba del avión y sentía la brisa de invierno estampar contra su rostro. A decir verdad, le era fácil contar el palpitar tras su pecho, nada relevante cuando la incomodidad de percibirlo era tan molesta como el viento que desordenaba los mechones sobresalientes bajo su gorro. Sus temblorosos dedos viajaron al mismo para ajustarlo a la vez que el ruido proveniente del avión comenzaba a perderse conforme se alejaba y lo único que ahora quedaba a sus oídos era el llamado a futuros vuelos que emitía el aeropuerto.

Allí dentro, buscó un baño con la intención de apartarse de las demás personas, tratando de hacer de su presencia algo inexistente y –una vez encontró su objetivo–, recorrió la corta extensión notando que se encontraba más que vacía.

—Estupendo —soltó en un suspiro acercándose a los lavabos, sus manos recibieron el tacto del agua que después fue llevada a su cansado rostro. Su reflejo le causaba un cosquilleo insoportable por todo su estómago, verse era la evidencia más clara al alcance de sus manos, la prueba de que estaba ahí, y aceptarlo era lo único que tranquilizaba el alboroto en su interior.

Las frías gotas recorrieron su dermis y se perdieron en un instante al descender por su mentón, cada desliz era observado por sus verdes iris que seguían su vago trayecto, inclusive cuando impactaban contra la cerámica bajo él, esparciendo su contenido hasta volverse nada.

Fue el ruido de la puerta lo que interrumpió sus pensamientos, bastó una fracción de segundo para que sus manos se despegaran de la superficie frente a él y –antes de que lo sucumbiera la necesidad por derrumbarse en un cubículo–, salió del pequeño cuarto.

—Mirio-san, he llegado a Tokio —dijo con el teléfono en mano en tanto se alejaba del reciente lugar—… fue hace tan solo unos minutos —informó ahora caminando por el aeropuerto, arrastrando sus maletas de un lado a otro sin saber con exactitud qué hacer o a dónde ir, la verdad era que su trayecto consistía en perseguir los enormes ventanales a su izquierda.

—Me alegra tanto oírlo, creí que demoraría más.

—Sí, en realidad también esperaba que fuera así —respondió sin premeditar sus palabras y al darse cuenta sostuvo el puente de su nariz maldiciendo en silencio, lo que menos quería era interpretar un papel lamentable—. Olvídalo. Mejor dime, ¿qué debo hacer ahora?

—En este momento nada. El día de hoy y mañana estarán libres para ti, te enviaré la lista de algunos lugares donde puedes quedarte mientras la misión perdure. Los gastos serán presupuestados por la empresa y bueno, solo deberás escoger el lugar.

—De acuerdo, hoy estaré en casa de mi madre, en cuanto a los departamentos... mañana me encargaré de ello.

—Me parece bien; te pido que trates de descansar. Recuerda que necesitaremos de ti y por favor envíale un saludo a Inko-san de mi parte.

—¡Lo haré, gracias! —aseguró colgando a la llamada.

Realidad.

¿Qué tanto le era posible resumir en vocablos el cúmulo de emociones que golpeaba incesantemente en su interior? No lo sabía. Tan solo era expectante de aquel hormigueo que vagaba por su abdomen y se dispersaba por todo su cuerpo, la realidad era que debía lidiar con aquellas sensaciones que había tratado de mantener arduamente inmersas en su interior, aun si cada segundo que pasaba sentía cargar con un peso adicional.

SEMPITERNO  [Katsudeku]Where stories live. Discover now