—Ni lo pienses, Gran Bastardo.

—¿Qué piensas hacer? —cuestionó el Wyser.

—Salvaré a la chica —murmuró, sin mirarme—, luego voy a matarte. Llevo años enteros buscando la manera de hacerlo, pero no podía, porque sus fuerzas oscuras no nos permitían ubicarlos.

El Wyser curvó los labios en una sonrisa modesta.

—Ya no puedes hacer nada por ella, ni por él —replicó Christopher Allen sin vacilar —, porque nos pertenecen. Y todo aquel que se atreva a interferir, tendrá que morir.

—Ya veremos.

El hombre se giró en seco y nos observó con atención.

—Eres muy valiente —susurró, inclinando la cabeza al verme. Luego se dirigó a Hunter, diciendo—: y tú, no dejes que él te controle. Noso...

No terminó la frase.

Con horror presencié su muerte, viendo cómo una mano atravesaba su pecho, justo donde estaba su corazón. Kin-raa estaba parado detrás de él. El hombre abrió la boca y sin emitir palabra, soltó la espada que sostenía, tosió sangre y cayó en el frío suelo.

—Pero ¿qué...?

No fui capaz de seguir presenciando la escena.

Mi estómago sufrió una sacudida, era como un cosquilleo que pronto se convirtió en una tensión bastante desagradable, mi cuerpo estaba temblando, a punto de vomitar lo poco que estaba en mi interior.

En lugar de dejarme llevar por la impresión, oculté el rostro en mis manos, gritando al borde de las lágrimas.

Hunter se puso en pie y se acercó a mí.

—Tenemos que irnos —jadeó, con los ojos abiertos.

Me tendió una mano, pero yo se la rechacé, todavía llorando.

—¡No podemos quedarnos aquí! —exclamó.

—Ellos... ellos... —sollocé, dejando caer mis brazos a los lados.

Hunter me tomó de los hombros.

—¿Por qué lo mató?

—El Wyser... —susurré.

—¿Por qué hay tanta destrucción? —quiso saber.

—... quiere que tú...—seguí diciendo.

—¿Qué es lo que hago aquí?

—... le des tu alma... —finalicé, cerrando los ojos.

—¿Qué quieres decir?

Hunter ladeó la cabeza, confundido.

—Moriste, Hunter. Te quitaste la vida hace varias semanas y en mi desconsuelo yo te resucité —le expliqué sin emoción—. Pero algo salió mal, por eso estamos aquí.

—No, eso no puede ser —susurró Hunter.

—Tu padre, él te ayudó. Lo vi hacerlo, estaba justo ahí...

—¿Cómo?

—El humo blanco, eso fue.

—Estás mintiendo, yo no pude haber muerto —insistió Hunter, negando con la cabeza. Se miró las manos, sin asimilar sus propias palabras.

A pesar de los gritos, los llantos y el ruido que bañaba la Mansión Haven destruida, pude escuchar mi propia voz rota flotando en el aire.

—Es real, Hunter. Y ahora ellos te quieren, quieren devuelta lo que había dentro de ti —murmuré, avergonzada de mí misma.

—El hombre... ¿tenía razón?

Asentí sin atreverme a verlo a los ojos.

Hunter se acercó nuevamente, pero sostenía algo en sus manos.

—Entonces no dejes que me controle —suplicó. Me tendió la espada, su filo brillaba bajo la luz del fuego que ardía en las paredes y se extendía por los rincones—. Mátame, Miranda. Tienes que hacerlo —insistió—. Mátame. Ahora.

Negué varias veces, sin dejar de llorar.

El Wyser avanzó despacio, sopesando el siguiente movimiento.

—Si no lo haces tú, lo haré yo.

Hunter sostuvo la punta de la espada en su pecho, apuntando su corazón.

—¡No! ¡No lo hagas! —grité.

Hunter me sonrió de lado.

—Sea lo que sea que me hayas hecho, te perdono —murmuró.

Sin previo aviso, Hunter movió ambas manos hacia adelante y la espada se deslizó muy lentamente en su pecho; abrió la boca emitiendo un grito de dolor.

—¡Detente! —imploró el Wyser.

Fue demasiado tarde.

Hunter soltó un quejido, luego cayó de lado, sin vida.

Estaba ocurriendo de nuevo, todo estaba pasando nuevamente, pero frente a mis ojos y no era capaz de asimilar lo que había presenciado.

De pronto Kin-raa, que miraba con atención lo sucedido, se convirtió en humo y Hunter lo absorbió por la boca.

El chico que estaba viendo se retorció y se sacudió, su cuerpo entero encorvado en un ángulo extraño se ahogaba en su propio malestar y parecía resistirse. Sin embargo, cuando acabó, tenía un aspecto terrible.

Hunter se enderezó, la espada sobresalía de su pecho como un insecto horrible, pero su expresión no había cambiado nada: sus ojos eran de un dorado intenso, la piel que cubría su rostro, cuello y brazos estaban rasgados y emitían un brillo rojo, parecía ser sangre.

Además, sus labios estaban resecos, la carne expuesta sangraba.

Había perdido a Hunter de nuevo y esta vez probablemente para siempre.

La asíntota del mal [#1] - ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora