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—¿Ya llegó nuestro momento? —preguntó Nora, impaciente.

Arthur esbozó una sonrisa.

—No, pequeña, solo queremos hablar con Miranda.

—¡No es justo! —protestó Nora—. ¡Ella apenas acaba de llegar!

Arthur arrugó la frente, exasperado.

—Lo sabemos.

—¡Ella no ha recibido su entrenamiento! —siguió alardeando Nora.

—¿Podrías venir conmigo un momento? —pidió Arthur—. Tú también, Ruby, ambas pasarán tiempo juntas en la sala de preparación.

Ruby por fin habló.

—¿En serio?

—Por supuesto.

Antes de que se diera la vuelta, Arthur me liberó.

De hecho me lanzó en el aire y caí de espaldas, gritando. Me hice a un lado, medio acurrucada, tosiendo con dificultad y casi llorando. Nora se reía y era un sonido desagradable; saber que disfrutaba ver torturarme de esa manera me provocó una alteración potente.

Las dos chicas siguieron a Arthur, murmurando que harían lo que fuera por impresionar al Gran Maestro, mientras tanto, me quedé a solas con el otro hombre. Con esfuerzo me levanté y lo observé, furiosa.

Este tenía facciones finas, el cabello oscuro con matices blancos, ojos dorados muy llamativos y una sonrisa bastante presuntuosa.

—¿Has escuchado alguna vez acerca del Primer Enfrentamiento? —preguntó en voz baja.

Negué con la cabeza.

Se acercó a mí con demasiada lentitud.

—No intentes bloquear tus pensamientos, porque aquí yo tengo el poder absoluto —murmuró con arrogancia—, y te aseguro que puedo filtrarme en tu cabeza como un parásito y hacer que tus propias ideas cobren vida.

Alzó una mano y tiró de mi mente con fuerza, arrancando pequeñas piezas de los recuerdos que estaban enterrados en lo profundo de mis pensamientos.

Se sentía igual que una cuerda tensada a punto de romperse y soltar toda la carga que traía consigo.

—¿Qué sabes del Primer Enfrentamiento? —insistió con crueldad.

—¡Nada! —grité—. ¡No sé de qué me habla!

—La chica miente —murmuró Arthur, ingresando nuevamente por la puerta—, es buena mintiendo. Por eso logró que todos creyeran que era una inocente niña incapaz de ofrecer su alma a cambio de un simple favor.

—Sí, es verdad —dijo el otro hombre.

Arthur soltó un gruñido.

—¿Podría hacerla hablar? Sería más fácil.

—Lo intenté, pero ella se resiste. Tendrá que hacerlo por cuenta propia.

—Pero, Christopher...

—La Sterplick hablará —sentenció el hombre—. ¿Verdad que lo harás?

Sin saber muy bien por qué, asentí.

—Empieza ya, Miranda —Arthur me miraba con desconfianza.

—Ocurrió hace mucho tiempo y duró casi tres años. Parte de mi familia murió en el transcurso del enfrentamiento —empecé a decir.

—Muy bien, eso es, sigue hablando —indicó Christopher.

Asentí de nuevo, demasiado obediente.

La asíntota del mal [#1] - ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora