Además, aquellas voces que parecían salir de la tierra y de las innumerables tumbas.

—La verdad es que no. Solo recuerdo hablar por última vez con mis amigos y caminar en dirección a la biblioteca, que está cerca del cementerio, luego todo se volvió oscuro y desperté, sin saber dónde estaba.

—Es ahí cuando el celador del cementerio la encuentra a usted...

El policía señaló con la mirada a un señor de piel arrugada, ojos adormilados y cabello canoso oculto sin muy éxito bajo una gorra roja de lana tipo boina. Sostenía una linterna en sus temblorosas manos y no dejaba de mirar a los lados, asustado.

—Sí, supongo que sí —convine.

—¿Puede decirnos qué fue lo que vio? —cuestionó el policía al señor.

Este dejó escapar un jadeo suave.

—Fuego, había fuego —dijo, en tanto sus ojos se cristalizaban—. Estaba haciendo mi ronda habitual, cuando escuché un ruido sordo y luego una estela de fuego se alzaba entre las tumbas del cementerio —susurró—. Creí que estaba alucinando, pues nunca había visto algo igual. Sin embargo, mientras avanzaba, escuché voces de hombres, mujeres... y niños.

Un estremecimiento me sacudió.

Traté de disimular mi estado de ánimo, apartando la vista.

—¿Logró descifrar lo que decían?

—Parecían cantar o algo así, en un idioma extraño —aclaró el asustado celador—. Después una voz masculina dijo: «Bienvenido sea, mi señor». Avancé lo más rápido que pude, creyendo que era un incendio provocado por una vela desplomada o por esos ladrones de tumbas, pero una fuerza me hizo caer con violencia sobre la tierra —repuso el señor, estupefacto—. Parecía un campo invisible rodeando las tumbas —se acercó al policía y lo sujetó del brazo, desesperado—. Mientras el fuego se apagaba, el suelo tembló y luego...

Me incliné hacia adelante para escucharlo hablar.

—¿Y luego qué? —inquirió el policía.

—Me levanté con esfuerzo y ella estaba ahí —me señaló con la linterna apagada—. Al verme, el gato que la custodiaba salió huyendo y entonces llamé de inmediato a la policía.

Era verdad.

Recuerdo haber visto su rostro atemorizado y el resplandor de su linterna, ofuscando mi visión. Trató de calmarme y ayudarme a levantarme, preguntándome si estaba bien y por qué estaba yo en el cementerio, a mitad de la noche.

Quise decirle la verdad, solo que no me atreví a hacerlo.

La advertencia que me dejó Arthur parecía cosquillear en mi boca.

—La historia parece tener sentido —afirmó el policía—. ¿Algo más para añadir?

—El reloj —dijo el celador—, encontré un reloj ensangrentado y lo guardé en cuanto pude. Creí que intentaban robárselo y le habían hecho daño en el proceso, por la sangre que cubría el objeto y las manos de la chica.

El señor estiró el brazo y le entregó el reloj al policía, pero este le hizo un gesto para detenerlo y le indicó que se lo diera a la mujer policía que nos acompañaba. Ella sacó una bolsa transparente y metió de prisa el reloj y la cerró.

—Es mío... bueno, de Hunter —me corregí, esperando no estropear la situación. Me puse de pie en un salto y me acerqué a la mujer—. ¿Me la puedo llevar, por favor?

Ella negó con la cabeza.

—Lo siento, cariño, pero no. Vamos a tener que llevarlo a los laboratorios para analizarlo y determinar de quién es la sangre —explicó ella—. Porque no creo que sea tuyo, ¿o sí?

No supe qué responder, así que encogí los hombros y me quedé callada.

—Sus padres ya vienen en camino, señorita Roux —explicó el otro policía—, ¿hay algo que deba decirnos primero?

(Entrégate a él, Miranda).

—¿Entregarme a quién? —pregunté en voz alta.

—¿Disculpe? —el policía me miraba con confusión.

Miré a los lados, exaltada.

—Entregarme... no, nada.

Metí la mano en mi mochila para generar calor y justamente sentí la fría y rígida superficie de mi teléfono. El alivio me invadió de pronto, casi como recuperar de nuevo el sentido de la existencia.

Al menos aún lo conservaba.

Solo esperé que ellos no me lo quitaran para inspeccionarlo, como lo harían con el reloj de Hunter.

(Tienes que hacerlo).

—¿Hacer qué cosa?

El policía ladeó la cabeza.

—¿Eh?

—Esas voces...

—¿Se siente bien? —repitió el policía—. ¿Quiere que la llevemos al hospital?

—Solo estoy cansada, eso es todo —suspiré.

(Hazlo ahora).

Incliné la cabeza y apreté los dientes para no soltar un grito.

¿Dónde provenían esas voces? ¿Qué trataban de decirme? ¿Por qué las estaba escuchando?

—¿Qué hora es? —indagué para no levantar sospechas.

—Casi las tres de la mañana —dijo el policía.

Eso explicaba la oscuridad total que cubría el cielo.

Además, había un silencio amedrentador en toda la zona que parecía divertirse con lo que estaba sucediendo en ese instante.

¡Uff! En serio estaba metida en un lío bastante descomunal y las consecuencias se manifestarían en cualquier momento. Mis padres me castigarían, eso era seguro y estaba dispuesta a aceptar mi error cometido. Y qué decir de mis amigos.

Todos ellos confiaban en mí y les fallé, por primera vez en mi vida. Me harían preguntas y quizá hasta algunos me dejarían de hablar.

Y no me importaba, honestamente, porque tenía a Hunter y nadie me lo quitaría.

Solo lo quería a él. 

La asíntota del mal [#1] - ✔Where stories live. Discover now