—¿Quieres seguir con esto o no? —quiso saber.

Respiré hondo antes de responder.

—Sí, por supuesto.

—De acuerdo. Te estaré esperando a las cuatro, en Campo Aranzu.

—¿No puede ser antes?

Hanna soltó un sonoro bufido.

Era habitual que ella se opusiera, y aun así, yo tenía derecho a hacer lo mismo.

Mi primer instinto fue mirarme la palma de la mano izquierda y advertí múltiples marcas que mis uñas habían dejado en mi piel. Sentía un leve ardor en la zona, que estaba roja y no supe si era sangre que empezaba a coagularse en los cortes recién hechos.

—No, no se pude —siguió diciendo Hanna—. Ya reservé una cita a esa hora.

—Pero…

Supe que sería imposible tratar de razonar con ella.

—Te veré al rato. Cuídate, Miranda —no me dejó replicar, simplemente finalizó la llamada de manera abrupta y me quedé con las palabras atoradas en mi garganta.

«Eres una demente, Miranda. Hagas lo que hagas, eres una demente», pensé.

Y luego ahí estábamos Hanna y yo, entre toda la gente que era habitual en los fines de semana en Hillertown, camino a Campo Aranzu, al hogar de una reconocida y muy respetada espiritista, según lo poco que me comentó mi amiga mientras intentábamos abrirnos paso en el sinuoso y estrecho trayecto.

—¿Le dijiste a tus padres adónde iríamos? —inquirió Hanna.

—Claro que no. ¿Por qué lo haría?

—Supuse que no te dejarían salir.

—Decir que iríamos a la biblioteca siempre funciona —admití.

—Ah, está bien.

Miré distraía las casas aledañas que se alzaban a nuestro alrededor; podía escuchar las voces de los vecinos y el murmullo frecuente que provenían en lo alto de las ventanas.

—¿Le dijiste a Cliff adónde iríamos? —pregunté yo esta vez.

—Sigue sin hablarme. Y no tenía pensado molestarlo —reconoció ella, suspirando—. Y estoy segura que no nos habría dejado venir. Es demasiado reservado, me parece.

Un grupo de niños pasó a nuestro lado y se perdieron de vista en el siguiente tramo que conducía a más callejones probablemente sin salida.

—Nunca he estado aquí —susurré, apreciando con maravilla el panorama.

—Hay muchas cosas que te pierdes, Miranda —comentó Hanna, enérgica—. Si realmente quisieras, podrías ver la otra realidad del mundo que se oculta ante tus ojos —reflexionó.

—Lo pensaré.

Nos detuvimos frente a una pequeña casa de concreto que no parecía haber recibido mantenimiento en años. La puerta de manera estaba desgastada y la pintura estaba suelta en algunas partes. Tenía una sola ventana con los cristales rotos y la cortina, de un color amarillo, se asomaba en la rendija.

Hanna llamó un par de veces y entonces una mujer, de mediana edad y con el cabello oscuro hecho en una sola trenza, nos recibió. Vestía ropa casual,  su piel aceitunada se asemejaba al de Hunter, pero ella tenía los ojos grises suaves y sus labios se curvaron en una sonrisa.

—Las estaba esperando. Vamos, entren.

Se hizo a un lado y nos dejó pasar.

El interior de la vivienda era acogedora; un leve sabor acre aromático quemado flotaba en el aire y se escuchaba un silencio, interrumpido de vez en cuando por el ruido de los vecinos o el canto desinteresado de los pájaros que sobrevolaban las casas.

En una de las paredes disponía cuadros y fotografías; en otras colgaban varios adornos que no reconocía. Un par de macetas estaban dispuestas ante una especie de altar en el fondo; las llamas de las velas que lo rodeaban, creaban una danza cautivadora.

Frente al altar había una mesa pequeña y encima de ella, había objetos que comúnmente usaban los espiritistas, según la información de internet. Una hilera de flores artificiales pendían en la pared; incluso había un calendario escrito en un idioma antiguo y extraño.

—¿Usted es la espiritista? —le pregunté a la mujer.

—También médium o guía espiritual, como desees llamarme, Miranda —me respondió, empelando su voz dulce y gentil.

Abrí la boca para responder sin embargo ella se adelantó.

—Sé tu nombre porque Hanna me lo dijo con anterioridad —explicó, mirándonos por igual—. Pero ella solo me comentó que una amiga suya necesitaba respuestas. Respuestas que probablemente provengan de otra dimensión.

La asíntota del mal [#1] - ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora