Sin embargo, el dibujo sí llamó mi atención.

En esta ocasión no se encontraba en la puerta, sino en el suelo, justo en centro de mi dormitorio. Mis pies desnudos se movieron y reparé en la forma que tenía: era un paisaje a medio terminar, del tamaño de un televisor de 32”.

Me pregunté cuánta pintura roja había gastado para hacer el dibujo, pero supuse que toda, porque busqué mis reservas y todo estaba vacío, incluso gasté parte del regalo de Hunter que permanecía guardado en mi armario.

Bien, esa era una razón suficiente para estar molesta conmigo misma. 

Recogí mis pinceles, brochas, plumones de colores y el manojo de hojas blancas y las acomodé de nuevo en sus sitios. Luego de eso, busqué un trapo y me dispuse a limpiar el suelo, quitando el resto de pintura que se había secado.

No quería que mis padres lo vieran.

O peor aún, que quedara una mancha permanente de quemadura sobre la superficie. Eso significaría reparar el suelo en su totalidad y esta vez deduje que papá no se haría cargo de los gastos, tal como lo hizo con la puerta.

Cuando terminé, sonó la alarma.

Pero, honestamente, no tenía planeado ir al colegio.

Eso mismo le dije a mamá, al momento de entrar a mi dormitorio.

—¿No te parece que es un poco… exagerado? —susurró ella.

Parpadeé varias veces, sobresaltada.

Realmente me sorprendió que dijera eso, siendo la mujer fuerte, de un encanto contagioso, honesta en su forma de ser, respetuosa con los demás y sobre todo, muy comprensiva que me inspiró a ser lo mismo.

No era decepción lo que sentía con respecto a mamá, sino un atisbo de sorpresa e inquietud.

—Por supuesto que no, mamá. Es solo que necesito estar lejos de todo, aunque fuese en esta ocasión.

—Tu padre no estará muy contento con esa noticia.

—Me trae sin cuidado —le expliqué.

—¡Miranda! ¿Te atreves a reñirnos, acaso?

Chasqueé la lengua de forma exasperada.

—No, mamá. Es que…

—¿Y qué hay de tus clases? ¿Pensaste en eso siquiera? Los profesores y el director no serán piadosos contigo, creí que lo tenías muy en cuenta.

—Desde luego, mamá. Por eso ee pedí a Hanna que pasara hoy por la tarde a darme un informe de todas las actividades que lleven a cabo este día.

Mamá se había sentado al borde de la cama y me miraba con atención.

—¿En serio hiciste eso?

Hice un gesto de inocencia con la mirada.

—¿Qué tiene de malo?

—Nada, pero…

—Cliff también vendrá, creo.

—Ah, claro.

Mamá apartó la mirada, aparentemente irritada por mi arriesgada decisión.

Guardamos silencio durante un rato, hasta que ella decidió volver a entablar una corta conversación antes de marcharse. Aunque, advertí que ella buscaba la manera de incluir a Hunter en todo momento.

—¿Cómo te sientes? —preguntó.

Mal, muy mal.

Quería morir en ese instante.

—Bien, la noche fue mejor de lo que esperaba —dije, forzando una sonrisa.

Ella pareció notar la duda disfrazada en mis palabras.

—No trates de mentirnos, hija. Tu padre y yo escuchamos que llorabas.

—Bueno, quizá lo hice…

—¿Por qué, Miranda? ¿Por qué simplemente no te olvidas de él?

—¡Para ti es fácil decirlo, mamá! —ladré con impaciencia—, ¡porque tú nunca lo conociste tanto como yo lo hice en estos años! —hice una pausa para recuperar la compostura—. Sí, admito que tal vez llevé muy lejos mi sufrimiento, pero es un proceso que poco a poco empieza a llegar a su fin. O eso creo.

—Está bien, está bien. De todos modos tienes que hacer algo. Tu padre y yo no estamos de acuerdo que te autodestruyas de esa manera.

Puse los ojos en blanco y murmuré:

—Sé lo que hago.

El aire desapareció abandonar mi dormitorio.

Algo pesado me oprimía el pecho y alteraba mi respiración.

—¿Quieres desayunar? —quiso sabe mamá, su mano se posó en la mía y apretó con determinación.

—Sí, claro que sí. Pero primero debo cambiarme —suspiré.

Mamá asintió varias veces.

—Te estaré esperando en la cocina, entonces —dijo, mientras se ponía de pie y se alejaba de mi cama. Se detuvo cerca de la puerta y me miró por encima de su hombro, demasiado afligida que de costumbre—. Cabeza al frente, sonrisa deslumbrante y expresión de valentía, ¿quedó claro, Miranda? —dicho eso, se marchó.

Enarcando las cejas, la vi desaparecer.

Me costó entender lo que ella me estaba diciendo, porque mis pensamientos se alejaban ya de mi alcance y mi concentración se limitaba únicamente a asentir, encoger los hombros o repetir las mismas palabras nada convincentes y aun así, hice lo mejor que pude.

La asíntota del mal [#1] - ✔Where stories live. Discover now