Habría dejado que mi mandíbula rozara el suelo pero no quería que todo el mundo notase lo muy fuera de mi elemento que me encuentro. Jules me lanza una sonrisa que interpreto como una invitación para que salgamos del coche. Agarro mi bolso, desabrocho el cinturón de seguridad y salgo al exterior. Veo como Jules le tiende las llaves del coche y el hombre desaparece para llevar a cabo su tarea.

Dos segundos después, una de las manos de Jules se posa en mi cadera, estrechándome un poco contra el e invitándome a que camine. El acto se siente muy íntimo y unas mariposas revolotean dentro de mi estómago. Unas mariposas muy muy felices.

Cuando entramos al interior de la casa, el aire es cálido, pero no demasiado cargado. Echo un vistazo con detenimiento y veo que aunque el sitio sea lujoso y las personas vayan vestidas acorde, no deja de ser una fiesta universitaria. Hay gente por todas partes, tanto en la primera planta como en la segunda. Todo el mundo sujeta copas de cristal en vez de vasos de plástico, lo que me hace ver que la cosa es un poco más lujosa, más Petra D'Angelo. Aunque dudo que toda esta gente vaya a emborracharse solo con champán. Dejo que Jules me siga conduciendo a través del enorme recibidor que a pesar de estar lleno de personas y mesas para las copas, sigue siendo espectacular. Ver esta casa como es en su día a día debe de ser una locura. Los techos son altos y de ellos cuelga una gran lámpara de araña cuyas lágrimas de cristal cuelgan imponentes sobre nuestras cabezas.

Por el rabillo del ojo puedo ver que al otro lado del recibidor, lo que supongo que será un gran salón, se ha convertido en una pista de baile digna de cualquier discoteca. Creo que incluso veo luces de discoteca. Me siento muy fuera de lugar, pequeña incluso.

-Vamos, te voy a presentar a unos amigos. -Dice Jules, cerca de mi oreja para que pueda escucharlo a pesar de la música.

Su mano abandona mis caderas pero se aloja en mi mano, agarrándola con fuerza y haciéndome sentir su calidez. Creo que mi corazón está a punto de explotar. Tal vez esté magnificando demasiado las cosas porque quiero creer que sus gestos van más allá de la amistad. Sujetando mi mano con fuerza me lleva a través de las personas que conversan animadamente entorno a las mesas hasta que damos con dos chicos extremadamente parecidos.

-Ya era hora, Jules. -Dice uno de ellos, alzando la copa en nuestra dirección. -Ya pensaba que la pequeña rubita te había comido.

Supongo que la pequeña rubita soy yo.

-Tampoco me importaría que me comieran si se parece a ella. -Dice el otro.

Me quedo mirándolos a ambos con cara de pocos amigos. No sé, estoy aquí presente y hablan de mi como sino estuviera. Los rasgos de ambos son demasiado parecidos como para ser una mera casualidad. Tienen el pelo de un color castaño, similar al chocolate, y unos ojos del mismo color. La nariz es pequeña y por ella veo salpicadas algunas pecas. Si soy sincera, tienen un aspecto super aniñado que invita a abrazarlos. Claro que, los niños tenían una lengua afilada.

-Estoy aquí eh. -Digo alzando el mentón. -La rubita tiene nombre y es Cassie.

-No la molestéis. -Dice Jules a mi lado. -No conoce a nadie y pensé en presentarles a alguien, había olvidado lo antipáticos que sois con la gente que no pertenece a vuestra burbuja de mellizos.

-No tenemos ninguna burbuja de mellizos.

-¿En serio?

Observo como Jules y los dos chicos, que ahora gracias a Jules sé que son mellizos, siguen discutiendo. El hecho de que sean mellizos explica bastante el parecido entre ellos, son casi idénticos si obviamos el hecho de uno de ellos parece más dulce y el otro me pone los pelos de punta ¿Dije que tenían los ojos de color chocolate? Bueno, pues uno de ellos, el de aspecto intimidante, tiene un ojo de color azul cielo y una sonrisa que al verla me hace recordar a un tiburón apunto de comerse al papá de Nemo.

El Juego de la ArañaWhere stories live. Discover now