Madre mía.

  —¿Comida? —pregunta el doctor  Beaufort, sorprendido por la rapidez supongo.

  —La señorita Wood tiene hambre —dice Neil.

Gracias playboy por devolverme la juventud.

— Es sopa de pollo.

  El doctor Beaufort sonríe.

  —La sopa está bien, pero solo caldo. Nada pesado por ahora, no debemos arriesgarnos. —nos mira a los dos y después sale de la habitación con la enfermera Carmen detrás, siguiéndole la pista.

  Neil me acerca una bandeja con ruedas y la señora Marian deposita en ella el pozuelo.

  —Bienvenida de vuelta, señorita Wood.

  —Hola, Marian. Gracias.

  —De nada, señorita. —creo que quiere decir algo más pero al final se contiene.

¿Por qué?

¿Qué será?

  Mi rizado favorito ha abierto y quitado la tapa, está sacando un termo, un cuenco de sopa, un platillo, una servilleta de tela, una cuchara sopera, una cestita con panecillos, salero y pimentero.

Dios mío... Todo esto es para mí. La señora Marian se ha esmerado.

—Es genial, Marian. —mi estómago ruge haciendo competencia con la bestia de Neil.

Estoy muerta de hambre.

  —¿Algo más, señor? —pregunta.

  —No, gracias —dice Neil, despidiéndole con un gesto cariñoso.

  Ella asiente y le besa la frente.

  — Marian, gracias.

  —¿Quiere alguna otra cosa, señorita Wood?

  Miro al pobre de Neil.

  —Ropa limpia para el playboy.

  Ella vuelve a sonreír mientras le brillan los ojos.

  —Sí, señora.

  Neil mira perplejo la situación.

  —¿Desde cuándo llevas esa ropa? —le pregunto.

  —Desde el jueves por la mañana.

  Me dedica una media sonrisa.

   La señora Marian sale.

  —Ella también estaba muy enojada contigo. Pertenecía al grupo de personas que cabreaste con tu actitud poco responsable. —añade Neil enfurruñado, desenroscando la tapa del termo y echando una sopa de pollo cremosa en el cuenco.

  ¡Ella también! Pero no puedo pensar mucho en ello porque la sopa de pollo me distrae. Huele deliciosamente y desprende un vapor sugerente. La pruebo y es todo lo que prometía ser.

  —¿Está buena? —me pregunta él como con ganas de también probarla, acomodándose en la cama otra vez

Asiento enérgicamente y sin dejar de comer. Tengo un hambre feroz. Solo hago una pausa para limpiarme la boca con la servilleta.

La cabeza empieza a latirme más fuerte y hago un gesto de dolor. Neil me mira con la boca abierta durante un segundo, sorprendido por mi vehemencia. Después entorna los ojos.

Rebaño el cuenco con lo que queda de la ruedita del pan dulce y me lo meto en la boca. Es la primera vez que me siento satisfecha en mucho tiempo (porque técnicamente no suelo comer nada).

Amarte en silencio (Completa) Where stories live. Discover now