45

3.6K 317 12
                                    

_____ sabía que Tae no aceptaba que se hubiera negado a hacer el amor con él desde aquella tarde de sudor y sexo que la había perturbado tan profundamente. Su período le había dado una excusa perfecta durante unos días, pero había terminado hacía media semana. Le había pedido un poco de tiempo para aclararse las ideas y, aunque Tae había estado de acuerdo, no le había gustado nada.

—Sólo un truco más —dijo él— y luego terminamos.

—Quizá deberíamos dejarlo para mañana. —Es el truco más fácil. Venga, vamos a hacerlo antes de que pierdas el valor. Ponte dónde estabas.

—Tae...

—Venga. No te dolerá. Te lo prometo.

A regañadientes, _____ regresó al lugar donde había estado antes.

Tae cogió el látigo más largo y lo sostuvo entre los dedos. —Colócate frente a mí y cierra los ojos.

—No.

—Confía en mí, cariño. Esta vez tienes que tener los ojos cerrados.

_____ hizo lo que le decía, pero entreabrió uno de los ojos para ver lo que él hacía.

—Levanta los brazos por encima de la cabeza.

—¿Los brazos?

—Levántalos por encima de la cabeza. Y cruza las muñecas.

Ella abrió los dos ojos.

—Creo que me olvidé de decirle a Trey algo sobre la nueva dieta de Sinjun.

—Todas las mujeres Kim han hecho este truco.

Resignada, _____ levantó los brazos, cruzó las muñecas y cerró los ojos, diciéndose a sí misma que no podía ser peor que sostener un rollito con los labios.

«¡Zas!»

Apenas había percibido el chasquido del látigo cuando sintió que éste le rodeaba y le ataba las muñecas con fuerza.

Esta vez el grito le salió del alma. Dejó caer los brazos tan rápidamente que sintió que se le dislocaban los hombros. Se miró con incredulidad las muñecas atadas.

—¡Me has dado! Dijiste que no me tocarías, pero lo has hecho.

—Estate quieta, _____, y deja de gritar de una vez. No te ha dolido.

—¿No me ha dolido?

—No.

Ella miró sus muñecas y se dio cuenta de que él tenía razón.

—¿Cómo lo has hecho?

—Destensé el látigo antes de chasquearlo. —Tae hizo un movimiento con la muñeca para que el látigo se aflojase, y la liberó. —Es un truco muy viejo, pero el público lo adora. Aunque, después de que te ate las muñecas, debes sonreír para que todos sepan que no te he hecho daño. Acabaré en la cárcel si no lo haces.

_____ se examinó una muñeca y luego la otra. Se dio cuenta con asombro de que estaban intactas.

—¿Y si te olvidas de destensar el látigo antes de apresarme las muñecas?

—No lo haré.

—Podrías cometer un error, Tae. Es imposible que siempre te salga bien.

—Claro que sí. Llevo años haciéndolo y nunca he lastimado a nadie. —Comenzó a recoger los látigos y ella se maravilló de aquella perfecta arrogancia, pero al mismo tiempo se sintió inquieta.

—Esta mañana las cosas han salido algo mejor—dijo ella, —pero aún me parece imposible que pueda actuar contigo dentro de dos días. Jack me ha dicho que voy a interpretar a una gitanilla indomable, pero no creo que las gitanas indomables griten como lo hago yo.

—Ya pensaremos algo. —Para sorpresa de la joven, Tae le dio un besito en la punta de la nariz antes de girarse para marcharse, pero se detuvo en seco y se volvió de nuevo hacia ella. La miró un buen rato. Luego inclinó la cabeza y posó sus labios sobre los de ella.

La joven le rodeó el cuello con los brazos cuando él se apretó contra ella. Aunque su mente le decía que el sexo debía ser sagrado, su cuerpo deseaba ardientemente las caricias de Tae, y _____ supo que nunca tendría suficiente de él.

Cuando se separaron, Tae sostuvo la mirada de ella durante un largo y dulce instante. —Sabes como un rayo de sol —susurró.

Ella sonrió.

—Te daré unos días más, cariño, porque sé que todo esto es nuevo para ti, pero nada más.

_____ no tuvo que preguntarle a qué se refería.

—A lo mejor necesito más tiempo. Tenemos que conocernos mejor. Respetarnos el uno al otro.

—Cariño, en lo que concierne al sexo, te aseguro que siento mucho respeto por ti.

—Por favor, no hagas como si no supieras de lo que hablo.

—Me gusta el sexo. A ti te gusta el sexo. Nos gusta practicarlo juntos. Eso es todo.

—¡Eso no es todo! El sexo debería ser sagr...

—No lo digas, _____. Si dices esa palabra otra vez, te juro que me tiro a cada camarera que encuentre de aquí a Japón.

Ella entrecerró los ojos.

—Justo lo que intentaba demostrar. Y no creo que sagrado sea una palabrota. Vamos, Tater, tenemos mucho trabajo que hacer.

_____ se fue con el elefante trotando tras ella. Si se le hubiera ocurrido volver la mirada, habría visto algo que la habría asombrado. Habría visto a su duro y malhumorado marido sonriendo como un adolescente enamorado.

A pesar de las protestas de Tae, ella había continuado cuidando a los animales, aunque Trey hacía ahora muchas de las rutinarias tareas diarias. Sinjun clavó la mirada en Tater cuando se acercaron. Los elefantes y los tigres eran enemigos confesos. Pero a Sinjun parecía molestarle la presencia de Tater por otra cosa. Tae decía que estaba celoso, pero ella no era capaz de atribuirle tal emoción a aquel viejo tigre malhumorado.

_____ observó a Sinjun con satisfacción. Gracias al nuevo alimento y a las duchas diarias, el pelaje del animal tenía ahora mejor aspecto. Le hizo una burlona reverencia.

—Buenos días, majestad.

Sinjun le enseñó los dientes, gesto que ella interpretó como una manera de decirle que no se pusiera demasiado cursi con él.

No había experimentado más momentos de comunicación mística con él, por lo que había comenzado a pensar que los que había tenido antes habían sido inducidos por la fatiga. Aun así, no podía negar que aún seguía sintiendo miedo cuando estaba cerca de él.

Había dejado una bolsa con chucherías que había comprado con su propio dinero en una tienda del pueblo cerca de un fardo de heno. La cogió y la llevó a la jaula de Glenna. La gorila ya la había divisado y apretaba su cara contra los barrotes, esperando pacientemente.

La muda aceptación de Glenna de su destino, junto con el anhelo que mostraba por disfrutar de contacto humano, rompía el corazón de la chica. Acarició la suave palma que el animal alargaba a través de los barrotes.

—Hola, cariño. Tengo algo para ti. —Sacó de la bolsa una madura ciruela púrpura. La fruta tenía la misma textura que los dedos de Glenna. Áspera por fuera. Blanda por dentro.

Glenna tomó la ciruela y se retiró a la parte posterior de la jaula donde se la comió con pequeños y delicados mordisquitos mientras miraba a _____ con triste gratitud.

_____ le dio otra y continuó hablando con ella. Cuando la gorila terminó de comer, se acercó de nuevo a los barrotes, pero esta vez cogió el pelo de _____.

La primera vez que había hecho eso _____ había sentido miedo, pero ahora sabía lo que quería hacer Glenna y se arrancó la goma elástica de la coleta.

Durante un buen rato permaneció con paciencia ante la jaula, dejando que la gorila la aseara como si fuera su hija mientras hurgaba en su cabello en busca de pulgas y mosquitos inexistentes.

Cuando por fin terminó, _____ notó que se le había puesto un nudo en la garganta por la emoción. No importaba lo que dijeran, no entendía cómo podían tener enjaulada a una criatura tan humana.

Ángel | KTHWhere stories live. Discover now