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A Tae nada le había dado tanta lástima como su pobre esposa cabeza hueca. Le dio la espalda a la cazuela de chile que estaba cocinando y la observó entrar en la caravana, con la ropa tan sucia que podría haber salido de una pocilga. Restos de heno y comida para anímales se pegaban a lo que le quedaba de coleta. Tenía los brazos salpicados de barro y olía que apestaba.

Como Tae también había sido el blanco de la llama más de una vez, reconoció el olor. —¿También has tenido un encontronazo con Lollipop?

Ella masculló algo indescifrable y se dirigió al donnicker.

Tae sonrió y volvió a remover el chile.

—No te he entendido. ¿Qué has dicho?

La respuesta de la joven tuvo el acento bien educado de alguien acostumbrado a las cosas buenas de la vida.

—Vete a freír espárragos. —Y cerró la puerta de un portazo.

Él se rio entre dientes.

—¿Ha sido tu primer encuentro con una llama?

Ella no contestó.

Tae echó otra cucharada de pimienta picante, añadió salsa caliente a la mezcla y la probó. Demasiado suave.

No se oía ningún sonido en el baño, ni siquiera el del agua. Con el ceño fruncido, dejó la salsa picante al fuego.

—¿_____? —Como ella no respondió, él se acercó al baño y llamó a la puerta. —¿_____? ¿Te pasa algo?

Nada.

Giró la manija y la vio inmóvil, delante del espejo, con las lágrimas cayéndole en silencio por las mejillas mientras miraba su propio reflejo.

Tae notó un extraño sentimiento de ternura en su interior.

—¿Qué te ocurre, cariño?

Ella no se movió, las lágrimas continuaron deslizándosele por las mejillas.

—No es que nunca haya sido tan guapa como mi madre, pero ahora estoy horrible.

En lugar de irritarlo, ver que ella había perdido cualquier rastro de vanidad le tocó la fibra sensible.

—Yo creo que eres muy hermosa, cara de ángel, incluso cuando estás sucia. Pero te sentirás mejor después de ducharte.

_____ no se movió. Seguía con la mirada clavada en el espejo mientras las lágrimas le caían por la barbilla.

Él se agachó a su lado, le levantó un pie y le quitó la deportiva y el calcetín. Luego hizo lo mismo con el otro.

—Por favor, vete. —_____ lo dijo con la misma dignidad muda que él había observado en ella durante los últimos diez días mientras se concentraba en completar una tarea tras otra. —Estás ayudándome porque estoy llorando de nuevo, pero sólo lloro porque estoy cansada. Lo siento. No me hagas caso.

—Ni siquiera he notado que estuvieras llorando. —Tar se arrodilló ante ella y le abrió la cremallera de los vaqueros y, tras vacilar un momento, se los deslizó por las caderas. Cuando los bajó por las delgadas piernas de la joven, sintió una punzada de deseo y tuvo que obligarse a apartar la vista del tentador triángulo de las bragas color rojo escarlata que llevaba puestas.

¿Cuánto tiempo más iba a poder mantener las manos alejadas de ella? Durante la última semana y media había estado tan cansada que apenas podía mantenerse en pie, pero él sólo había podido pensar en su suave y flexible cuerpo. Había llegado a un punto en el que no podía mirarla sin ponerse duro, y eso le sacaba de sus casillas. Le gustaba tener todos los aspectos de su vida bajo control y ése se le escapaba de las manos.

Ángel | KTHWhere stories live. Discover now