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_____ se dejó caer en el sofá y se rodeó las rodillas con las manos para dejar de temblar. No miró cómo Tae revisaba los armarios ni cómo registraba sus pertenencias. La joven se sintió embargada por una sensación de impotencia. Ya no podía recordar cómo era tener la vida bajo control. Tal vez es que nunca la había tenido. Primero había dependido de su madre, luego de su padre. Y ahora era ese marido peligroso el que había asumido el control de su vida.

Los ruidos de la búsqueda fueron reemplazados por un pesado silencio, pero _____ no levantó la mirada del dibujo de la gastada alfombra.

—Has encontrado el dinero, ¿verdad?

—En el fondo de tu maleta, donde tú lo escondiste.

_____ alzó la vista y vio la maleta abierta a sus pies. Tenía un montón de dinero en la mano.

—No sé quién lo habrá puesto ahí, pero no he sido yo.

Él se metió la mano en el bolsillo.

—Al menos ten las agallas suficientes para decir la verdad y acepta las consecuencias.

—No robé el dinero. Alguien me ha tendido una trampa. —Era evidente para _____ que Sheba estaba detrás de todo eso. Tae tenía que verlo también. —¡No lo he hecho! Tienes que creerme.

Las súplicas murieron en los labios de _____ cuando observó el rígido gesto de su marido y supo que nada lo haría cambiar de opinión. Con una horrible sensación de resignación, le dijo:

—No voy a seguir defendiéndome. He dicho la verdad y no voy a decir nada más. —Él se acercó a la silla de enfrente y se sentó. Parecía cansado, pero nada comparable a cómo se sentía ella. —¿Vas a llamar a la policía?

—Nosotros resolvemos nuestros problemas.

—Es decir, eres juez y parte.

—Es mejor así.

Se suponía que el circo era un lugar mágico, pero todo lo que ella había encontrado era ira y sospecha. Clavó los ojos en Tae, intentando ver a través de la impenetrable fachada que presentaba.

—¿Qué ocurre si te equivocas?

—No lo hago. No puedo permitírmelo.

_____ notó la fría certeza en la voz de su marido. Tal arrogancia era una invitación al desastre. Se le puso un nudo en la garganta. Ella le había dicho que no volvería a defenderse, pero aun así se sintió inundada por un tumulto de emociones. Tragando saliva, se quedó mirando las feas y finas cortinas que cubrían las ventanas detrás de Tae.

—Yo no robé los doscientos dólares, Tae.

Él se levantó y se acercó a la puerta.

—Nos enfrentaremos mañana a las consecuencias. No intentes salir de la caravana. Si lo haces, no dudes que te encontraré.

Ella oyó aquella voz helada y se preguntó qué clase de castigo le impondría. Sería duro, de eso no tenía la menor duda.

Tae abrió la puerta y salió a la noche. Ella oyó el rugido de un tigre y se estremeció.

Cuando Sheba miró los doscientos dólares que Tae le daba, supo que tenía que escapar de allí y, un momento después, aceleraba por la carretera en su Cadillac sin importarle adónde iba; necesitaba celebrar la humillación de Tae en privado. A pesar de todo su orgullo y arrogancia, Kim Taehyung se había casado con una ladrona.

Sólo unas horas antes, cuando Jill le había dicho que Tae se había casado, Sheba se había querido morir. Había podido tolerar el horrible recuerdo del día en que perdió el orgullo, cuando se rebajó delante de él, porque había sabido que Tae nunca se casaría con otra. ¿Cómo iba a encontrar a una mujer que le comprendiera como lo hacía ella, su alma gemela? Si no podía casarse con Sheba, mucho menos podría hacerlo con otra, y gracias a ese pensamiento su orgullo había sobrevivido.

Pero hoy todo se había acabado. Aún no podía creer que él le hubiera negado ese último placer. Se recordaba a sí misma llorando y abrazándose a él, rogándole que la amara, con la misma claridad que si acabara de ocurrir.

Y ahora, con más rapidez de la que podía haber imaginado, él estaba siendo castigado y ella podría dormir tranquila. No podía imaginar un golpe más amargo para el orgulloso Tae. Al menos su humillación había sido privada, pero la de él había sido en público. Sheba incendió la radio y el coche se inundó con el sonido del rock duro. Pobre Tae. En realidad lo compadecía. Se había negado a casarse con la reina de la pista y había terminado con una ladrona.

Mientras Sheba Park volaba por la carretera bajo la luz de la luna, Heather estaba acurrucada en el asiento trasero del Airstream de su padre con los delgados brazos cruzados sobre el pecho y las mejillas húmedas por las lágrimas.

¿Por qué había hecho algo tan feo? Si su madre estuviera viva, podría habérselo contado todo, podía haberle explicado que ni siquiera lo había planeado, pero el cajón de la recaudación estaba abierto y odiaba a _____; así que, simplemente, había cogido el dinero. Su madre la habría ayudado a arreglarlo todo.

Pero ella había muerto. Y Heather sabía que si su padre se enteraba algún día de lo que había hecho, la odiaría para siempre.

Ángel | KTHWhere stories live. Discover now