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Camila.

Luego de comunicarle eso al nuevo empleado, lo observo completamente sorprendida por su cambio de energía. Pasó de estar aburrido, sin ganas de hacer nada, a atender cinco mesas en un minuto. Creo que él funciona a base de retos.

—¿Realmente confiás tanto en él como para ponerlo a cargo de algo tan importante como la inauguración de los shows? —le pregunto a mi prima, la cual está con los codos apoyados sobre el mostrador y observando con diversión a Andrés. Gira su cuerpo hacia mí para responder.

—Cami, hace más de dos semanas que ese chico viene acá, ya es mi amigo, creo que confío lo suficiente como para saber que no va a meter la pata, menos adelante de vos. —Me guiña un ojo y no puedo evitar sonreír—. Además, ¿viste cómo canta? ¡Yo soy fan de ese hombre! Aunque aún no me animo a pedirle un autógrafo. —Nos reímos.

La verdad, yo todavía no confío en él, pero lo estoy poniendo a prueba. Si él realmente quiere trabajar en esta cafetería, aunque sea por mí, tendrá que esforzarse. Este lugar lo creamos junto con Celeste, fue nuestro sueño cuando éramos chicas, y que haya un desconocido metido en nuestro negocio me preocupa. Aunque, por otro lado, debo admitir que Andrés me genera un poco de ternura. Parece rebelde, pero a la vez es muy fácil de manipular. Además, si llega a hacer algo malo, lo echo y listo, no es para tanto... creo.

—Quiero que me enseñes a usar esta máquina —dice él acercándose a mí. De paso me entrega la lista con lo que pidieron los clientes y yo se la doy a Celeste. Andrés tiene una pequeña sonrisa en sus labios y resoplo. ¿Por qué se la pasa sonriendo? ¿Quién puede tener tanto optimismo?

—Cuando cerremos te enseño con tranquilidad —replico con seriedad. Debo mantener mi compostura y hacerme la fuerte, la jefa.

—Bueno, como diga, señora —murmura él rodando los ojos—. ¿Tengo que hacer algo más?

—Por ahora no, solo quiero que pienses en qué vas a hacer el sábado —le pido con más suavidad, dándome cuenta de que antes soné demasiado brusca y mala onda.

Él asiente con la cabeza y se sienta en un taburete que está del otro lado del mostrador. Saca su celular del bolsillo del delantal y se pone a escribir con rapidez. Yo respiro hondo, no tengo que llevar los problemas de mi vida personal al trabajo, no tengo porqué tratar mal a mi pobre compañero solo por pensar en que todos los hombres son iguales. Es un hombre, es una persona.

—¿Estás bien? —interroga Celeste en un murmullo luego de haber entregado los pedidos a las mesas. Hago un gesto afirmativo sin decir una palabra—. Estuviste seria todo el día. ¿Pasó algo? —agrega.

—No, estaba pensando en el sábado —contesto rápidamente. Frunce el ceño y me observa con atención.

—No te creo, prima.

Suspiro y asiento con la cabeza, dándole la razón. Termino de secar una taza y me cruzo de brazos.

—Reapareció Jonathan —le comunico entredientes para que Andrés no escuche. Su expresión se endurece y aprieta la mandíbula. Sé que lo odia—. Supuestamente con ganas de volver conmigo, de ver a su hija... pero cuando le dije que no, lo único que hizo fue pedirme plata.

—¡Ah, no! ¡Si yo sé que es un asqueroso mal nacido! —exclama en voz alta. Nuestro acompañante levanta la vista del teléfono y nos mira con las cejas arqueadas—. No hablamos de vos, Andy, no te preocupes —le dice ella sonriendo con simpatía.

—¿A quién hay que torturar? —cuestiona él con tono interesado. Celeste abre la boca, pero la silencio con una mirada.

—A nadie, es solo chusmerío familiar, continuá con lo tuyo —le digo sonando con tranquilidad. Andrés entrecierra los ojos y luego suspira, volviendo a centrar la atención en su móvil.

Una difícil conquistaWhere stories live. Discover now