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Andrés.

Me despierto cinco minutos antes de que suene la alarma. La ansiedad no me dejó dormir muy bien y, aún así, me siento lleno de energía.

Escucho los ronquidos de mi hermano mientras camino de mi habitación al baño y suspiro. Antes era él quien se levantaba temprano, ahora los papeles cambiaron.

Cuando le dije que iba a empezar a trabajar se rio como un desquiciado por media hora, hasta que comprendió que yo hablaba en serio y no era ninguna broma. Luego me felicitó y me dijo que iba a hacer una fiesta en mi honor... la cual, obviamente, no hizo.

Termino de ducharme y me voy a la cocina para desayunar. En realidad, odio comer por la mañana, pero no me queda otra. Es eso o desmayarme del hambre a media mañana, así que caliento un poco de pan en el microondas junto a una taza de café.

Mientras tomo el desayuno, con la bebida casi fría y asquerosamente dulce a causa del chorro de edulcorante líquido que le eché, reviso mis nuevos mensajes. Tengo miles y eso que anoche me fui a dormir sin ninguna novedad.

Entre charlas de algunas chicas pidiéndome atención, amigos, ex integrantes de mi banda y fans, encuentro uno que me llama la atención y me hace esbozar la primera sonrisa del día. Al fin me mandó un mensaje, aunque es más una orden que algo bueno. Un simple y frío "No llegues tarde".

Estoy a punto de responderle, pero decido dejarla en visto para que vea cómo se siente...

La decisión no me dura ni cinco minutos porque al instante estoy escribiendo un "Ok :)" y le doy a enviar. No sirvo para hacerme el difícil.

Luego de darle el último trago a mi infusión, me abrigo bien y me dispongo a salir, pero me detengo al no encontrar la llave por ningún lado. Revuelvo la casa como un loco, pero sigo sin encontrarla. Hacer esto me da mala sensación, me hace recordar cuando estaba en rehabilitación y revisaba todos los rincones para encontrar algo que me calmara, así que dejo de buscar por un instante, aunque vuelvo a apurarme en cuanto me doy cuenta de que me faltan cinco minutos para llegar a tiempo.

—¿Qué es ese escándalo que estás haciendo? —interroga Emanuel apareciendo de repente, con el pelo despeinado, la camiseta al revés y el pantalón mal abrochado. Desde que está con Merlina se volvió un desastre, pero me encanta porque es él mismo.

—Es que perdí la llave —replico con preocupación.

—¡Cuándo no! Ya no llegas a tiempo... —dice mirando el reloj colgado en la pared. Chasquea la lengua y se pone a buscar conmigo—. No te puedo dar la mía porque también tengo que salir —agrega.

Unos minutos después, me doy cuenta de que la tengo en la mano y me quiero morir. Desperdicié diez valiosos minutos buscando algo que tenía en la mano. No pierdo la cabeza porque la tengo pegada, diría mi papá.

—¡La encontré! —exclamo para que mi hermano la deje de buscar. Me da vergüenza admitir que la tenía sin darme cuenta—. Me voy corriendo porque la morocha me espera.

Lo saludo brevemente con un gesto y salgo de la casa. El frío me pega de lleno y considero volver para ponerme algo más caliente, pero sería una pérdida de tiempo, así que acelero el paso para llegar lo más rápido posible a la cafetería que ya debe estar caliente gracias a su aire acondicionado.

Cuando llego al local, toco la puerta y me abre Celeste. Me da un beso en la mejilla a modo de saludo y me hace un ademán con la mano para que pase.

Entro en calor enseguida, no por la temperatura del ambiente, sino por lo tremendamente hermosa que está hoy la morena. Al no tener delantal puesto puedo apreciar mejor sus curvas, y el jean que trae puesto le queda pegado, resaltando sus atributos. Siento que se me cae la saliva. Sacudo la cabeza y respiro hondo, tengo que concentrarme en trabajar o me va a ir muy mal.

Una difícil conquistaWhere stories live. Discover now