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Camila

Reviso los mensajes que envié anoche y me tapo la cara con la almohada. Definitivamente, estar caliente no es una buena idea. Está bien, no mostré nada ni tampoco escribí algo demasiado fuerte, pero me desconozco. Hace meses habría jurado que nunca iba a mandar este tipo de cosas... Es que él me hace sentir segura.

Me obligo a arrastrar los pies hasta el baño y entro a la ducha. Suspiro mientras me peino, hoy mis rulos están más rebeldes que de costumbre a causa de la humedad y al ver mis puntas creo que ya debo cortarlo.

Me visto para ir a la cafetería con una camisa negra básica y una calza térmica de algodón. Sé que afuera hace frío así que me pongo un abrigo polar, ya falta poco para primavera. Tengo que aguantar unas semanas más.

Le doy un beso en la frente a Dai, que está dormida, y me voy a trabajar. Cuando llego, me sorprendo al ver que Andrés todavía no llegó. Estos días estuvo llegando más temprano, quizás hoy se quedó dormido.

Celeste aparece cinco minutos después y me ayuda a ordenar mientras yo pongo a calentar un poco de café para desayunar.

—¿Hoy no viene tu amor? —pregunta arqueando una ceja. Me encojo de hombros y miro el celular para ver si tengo algún mensaje, pero nada.

—No sé, no me mandó nada. Seguro que no le sonó el despertador. Igual, anoche nos quedamos hablando hasta tarde por mi culpa, así que voy a perdonar su tardanza —contesto. Esboza una sonrisa pícara y me guiña un ojo.

—Bien, prima, me alegra que al fin te estés liberando. —Y hace un movimiento con las caderas que me hace reír y avergonzar.

—De eso nada, él no va tan rápido como pensé que haría y eso me gusta —expreso. Hace una mueca de disgusto y luego bufa.

—Qué aburrido.

—Si cocinas rápido la carne, queda dura y asquerosa. En cambio, si lo cocinas a fuego lento, queda tierno y sabroso. Así es el amor.

Rueda los ojos y ni siquiera yo sé qué quise decir con esa referencia. Desayunamos tranquilas, pero comienzo a impacientarme cuando ya pasan las ocho y Andrés no aparece. Los primeros clientes comienzan a llegar y empezamos a atender, por lo que el tiempo pasa un poco más rápido. Al ver la hora, ya son más de las diez.

Mi prima frunce el ceño y resoplo, ni señales de vida de Andrés, ni siquiera cuando lo llamo.

De repente estoy asustada. ¿Y si se arrepintió de lo de ayer? ¿Si le dio miedo tanto compromiso con una relación y esta es su manera de dejarme?

Y de casualidad, Merlina y Emanuel entran y se sientan en una de las mesas. Voy a atenderlos a ver si me dicen algo.

—Buen día, chicos —los saludo—. ¿Qué van a pedir?

—Dos café cortados y cuatro medialunas —replica él. Mira alrededor y arquea las cejas—. ¿No está mi hermano?

Trago saliva y niego con la cabeza.

—No, de hecho le iba a preguntar a ustedes si lo vieron. Él no llegó y tampoco me responde las llamadas —contesto preocupada. Ellos se miran con el mismo semblante—. ¿Lo vieron salir?

—No lo vimos, y él suele desayunar con nosotros. Pensamos que quizás salió temprano —dice Merlina.

—Él llegó a casa anoche —afirma su hermano—. Lo escuché cuando entró, pero la verdad es que no lo escuché salir esta mañana. Aunque tampoco escuché sus ronquidos.

—Deberían ir a ver si está bien en su casa o en su habitación —digo. Ellos asienten y Merlina chasquea la lengua.

—Yo no puedo, tengo una cita con un cliente en diez minutos. Vayan ustedes —manifiesta.

Una difícil conquistaDove le storie prendono vita. Scoprilo ora