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Andrés

Cerramos la cafetería. Está amaneciendo, hace un frío para morirse, Celeste se fue a su casa con el barman a calentarse y la morocha apenas puede mantenerse en pie.

Intenta poner la llave en la cerradura por décima vez y suelta una carcajada. Suspiro y la ayudo. Esto es demasiado, al final el único sensato soy yo, y creí que era el más idiota.

Ella me mira con expresión triunfante en cuanto cierro la puerta y arqueo las cejas.

—Bueno, me voy —dice intentando no arrastrar las palabras. Escondo una sonrisa y niego con la cabeza.

—¿Pensás que te voy a dejar ir en ese estado? Ni loco. Vamos a mi casa o te acompaño a la tuya —replico.

—¿Cuál es mi estado?

—Borrachera extrema.

—Bah, estoy bien. Muy bien, muy, muy, muy bien —repite sin parar. Chasqueo la lengua y la agarro del brazo antes de que se caiga—. Voy a mandarle un mensaje a mi hermano para que pase a buscarme.

—Te acompaño yo, morocha.

—Nop.

—¿Por qué no?

—Porque me gusta decirte que no, ya deberías de haberte dado cuenta —comenta soltando una carcajada.

Bufo, pero no puedo evitar sonreír. Si ella fuera así de divertida siempre creo que me gustaría aún más. Tomo su mano y decido llevarla a casa. Estamos más cerca y no creo que ella tenga muchas responsabilidades.

—Sí, te encanta decirme que no, pero solo hace que te desee más —replico tirando de ella para que camine, cosa que hace de mala gana—. Avisale a tu hermano que te vas conmigo.

—¡Ja, ja! —dice con ironía—. Ni siquiera te conozco, no voy a ir a tu casa. ¡Quizás seas un asesino!

—Creo que ves muchas películas de terror, y si quisiera asesinarte, ya lo hubiera hecho —contesto. Se queda plantada en el camino y resoplo—. Dale, nena, vamos. Me estoy congelando.

Hace una mueca y asiente con la cabeza dándome la razón, así que comenzamos a avanzar. Las calles están muy tranquilas, no hay ni un alma, pero eso hace que todo sea más tenebroso.

Caminamos en silencio las cinco cuadras hasta mi casa, ella se cruza de brazos para soportar un poco más el frío y yo la tomo de la cintura porque anda medio en zigzag, además de renga. Seguro que todavía le duele el pie.

Al llegar, busco las llaves en el bolsillo del pantalón y abro la puerta con rapidez. Entro y le hago un gesto para que pase, cosa que hace con algo de duda. Frunce el ceño a medida que voy prendiendo las luces.

—¿No está tu hermano? —cuestiona.

—No, se fue de viaje con mi cuñada.

Trago saliva mientras la observo. Las manos me sudan y de repente estoy nervioso. ¿Desde cuándo me pone nervioso estar a solas con una mujer?

Me devuelve la mirada y me choco contra el sillón sin querer. Ella se ríe y me sonrojo, estoy actuando como un idiota.

—¿Querés agua? —le pregunto. Asiente con la cabeza.

Saco la botella de la heladera, le sirvo en un vaso y se lo extiendo mientras ella se sienta en un taburete de la barra. Me apoyo contra la encimera de la cocina sin dejar de mirarla.

—Me voy a dar una ducha, ya vengo... si querés, podés ir a dormir en mi cama. Supongo que recordás cuál es mi habitación —expreso.

—¿Vamos a dormir juntos? —quiere saber con tono sorprendido. Me encojo de hombros.

Una difícil conquistaМесто, где живут истории. Откройте их для себя