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Andrés

Se me escapa un bostezo mientras espero a que la morocha llegue. No sé si hoy vine temprano a trabajar, pero hace diez minutos que estoy esperando, casi congelándome en la vereda. Doy saltitos para entrar en calor de vez en cuando.

Cinco minutos después, ella llega corriendo, tan abrigada que apenas puedo verle los ojos.

—Perdón, tardó el colectivo —expresa abriendo el lugar. Entra a toda velocidad y prende el aire acondicionado al máximo—. Hace mucho frío y son los últimos días de invierno —dice bufando. Asiento con la cabeza y me pongo a barrer mientras ella prepara la máquina de café.

—Me estaba congelado afuera —expreso todavía tiritando un poco. Chasquea la lengua.

—Sí, me imagino, ¿no tenías una copia de llaves? —interroga.

—No, o bueno, quizás sí y las perdí... ¿Hoy no viene Celeste?

—No, tiene examen de conducir, al parecer le van a dar su permiso hoy —contesta distraída.

La observo con interés durante la mañana, dándome cuenta de que no me dirigió ni una sola mirada. ¿Qué está pasando?

Hago una revisión mental para ver si dije algo malo en las últimas horas, pero no encuentro nada. Ayer estuvimos de lo más bien, me hizo ese increíble oral, después le devolví el favor, y después salimos con la enana para que ande en bici por la plaza, todo normal. No entiendo.

Aprovecho que no hay muchos clientes para acercarme a ella.

—¿Todo bien? —le pregunto. Hace un sonido afirmativo sin levantar la vista de su cuaderno y frunzo el ceño—. ¿Podés mirarme, morocha?

Suspira y clava sus ojos en los míos. Su expresión se suaviza, pero noto que está avergonzada o incómoda.

—¿Qué pasa? —quiero saber. Y sin que me lo dijera, me doy cuenta. La tonta debe tener vergüenza por lo que hicimos ayer. Suelto una carcajada y arquea las cejas—. ¿Tenés vergüenza? —Asiente y muerde el interior de su mejilla—. ¿Por qué?

—Porque yo no soy así —murmura. Sonrío.

—Y yo tampoco —replico. Hace un gesto de incredulidad y me apoyo sobre el mostrador—. De verdad... mirá, no te va a gustar escuchar esto, pero en serio, lo que hice ayer con vos, no lo hice con ninguna. Digo, sí he hecho orales, pero nunca en modo "de agradecimiento".

—Por Dios, no hablemos, mejor —comenta.

—Sí, hablemos, porque así se te va a ir la vergüenza. Cuando una mujer se ofrecía a hacerme eso... yo simplemente acababa y me iba. Solo pensaba en mi propio placer.

—Shh —me calla. Suelto una risa y acaricio su mano.

—Me encantó lo que hiciste, pero más me gustó porque fuiste vos, estabas desinhibida y sensual. ¿Querías hacerlo o solo sentiste que era obligación? Porque si es eso último...

—No —me interrumpe y se aclara la voz—. Sí, quería hacerlo.

—¿Y entonces cuál es el problema?

No responde, resoplo y me doy cuenta de que el problema es su inseguridad. Nunca habrá sido así de apasionada, y ahora que lo es, le da vergüenza. Estoy seguro de que es por el estúpido de Jonathan, le habrá dicho zorra o cosas de ese estilo que le quedaron marcadas y por eso ahora es así de tímida. Tengo que encontrar la solución.

—Hagamos de cuenta que no pasó nada, ¿está bien? Yo voy a olvidarme de eso y vos vas a olvidar que lo hiciste, aunque sea difícil.

—Bien —contesta.

Una difícil conquistaOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz