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Camila

Dai aparece detrás de mí con una sonrisa curiosa y me mira a través del reflejo del espejo.

—¿A dónde vas, mami? —me pregunta.

—Voy a conocer a alguien importante —respondo pellizcándole la nariz con suavidad—. ¿Cómo me veo?

—Hermosísisima.

Sonrío antes de darle un beso en la frente.

—Portate bien, hacele caso a tus tíos y comé todo lo que te sirvan, aunque sea espinaca —le digo. Arruga la nariz en una expresión de asco, pero igual asiente—. Te amo.

Nos abrazamos un instante, se va dando saltitos y suspiro mientras me miro por última vez al espejo. Estoy con un jean, botas marrones, una blusa blanca y me coloco un blazer de color beige. Además, me pongo pendientes de perlas. No estoy conforme, la verdad, pero solo va a ser una cena, tampoco es que es algo demasiado importante...

El timbre suena y respiro hondo antes de saludar a mis familiares y abrir la puerta. Andrés me mira desde el otro lado del umbral con una sonrisa y me da un beso con timidez. Él está vestido como siempre, de negro y con ese toque rockero que no sé de dónde saca, quizás simplemente lleva su onda pegada con él. Saca de su bolsillo un chocolate blanco aireado y suelto una risa.

—Te traje esto —expresa avergonzado.

—Gracias, lo voy a comer antes de dormir —digo metiéndolo en mi bolso.

Me hace un gesto para que lo siga hasta el auto y arqueo las cejas. Se encoge de hombros.

—Se lo pedí prestado a mi hermano —comenta—. Me hizo firmar un contrato en el que se lo tenía que devolver entero y antes de las siete de la mañana.

—¿Sabés manejar? —pregunto dudosa mientras entro al asiento del acompañante. Rueda los ojos con expresión arrogante y enciende el coche. Luego comienza a manejar con naturalidad.

—Obvio, tuve autos muy buenos cuando era famoso. Sé manejar motos también... y sé andar en bici.

—Uf, hace tanto que no ando en bici, que creo que perdí la capacidad. Quizás deba aprender a andar de nuevo —respondo. Se ríe y asiente.

—A Ema le pasó, hace como diez años que no andaba en bici, y cuando se subió la última vez estaba demasiado torpe, perdió el equilibrio y se fue contra un basurero. —Suelta una carcajada que me contagia—. Cabe decir que en esos diez años aumentó como treinta kilos de pura masa muscular, así que era una especie de ropero sobre la bici. Todo muy raro.

Sonrío mientras lo miro conducir. Está con la mirada atenta en el camino, su perfil es masculino y refinado, su cuerpo está relajado y sus manos manejan el volante y la palanca de cambios con firmeza. Trago saliva al sentir que me estoy excitando solo con ver cómo maneja y decido apartar la mirada. Estoy loca o me está por dar algo, porque nunca fui de calentarme tan rápido. El tipo no está haciendo nada raro pero aún así se ve sexy, y es peor cuando me mira de reojo y esboza una media sonrisa.

—¿Todo bien? —pregunta.

—Sí, sí —replico con nerviosismo.

—Te quiero advertir que mi papá es muy quisquilloso con algunas cosas, no tenés que comer con la boca abierta, ni tampoco tener los codos apoyados en la mesa y mucho menos usar el celular.

—Pero eso es normal, Andrés. Es de mala educación hacer esas cosas... —Hace una mueca y suelto una risa—. ¿Vos las hacés?

—A veces como sin pensar y las hago, pero no siempre.

Una difícil conquistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora