26

970 124 31
                                    

Camila

Noto como Andrés se apoya contra una mesa y traga saliva. Lo veo bastante pálido y respira con dificultad, dejo de escuchar a Celeste para prestarle atención a él, que nos dedica una mirada inquisidora. Un instante después, sus ojos se ponen en blanco y cae de cara al piso.

Corro hacia él y tomo sus mejillas, sin dejar de llamarlo, pero no sé si me escucha. Le doy palmadas en sus cachetes para reanimarlo, pero sus ojos comienzan a cerrarse de a poco.

Mi corazón late con fuerza, no sé qué hacer, y mi prima llama a la ambulancia que sé que va a tardar horas en llegar.

—Andrés se desmaya seguido, no te preocupes —dice Merlina—. Se desmayó una vez que salimos a correr porque le agarró un golpe de calor y deshidratación, seguro que hoy no comió nada y le bajó la presión.

—Es un flojito —agrega el Chino riendo—. Una vez se desmayó porque vio una araña.

Suelto una risa y me llena de alivio saber que es algo normal en él, aunque se debería hacer ver porque tampoco es bueno que se desmaye por nada.

De a poco comienza a parpadear y abre los ojos. Sonríe al verme.

—Si esto es el paraíso, agradezco a Dios por haberme matado —murmura. Ruedo los ojos, pero no puedo evitar sentir un cosquilleo en mi estómago. Incluso medio muerto suelta esas frases de conquista.

Lo ayudo a incorporarse con lentitud y Celeste me da un vaso con agua para que Andrés tome.

—¿Qué te pasó? —le pregunto. Se encoge de hombros.

—No tengo idea, simplemente vi borroso de un momento a otro —responde—. ¿No querés jugar a la enfermera conmigo?

Bufo, se nota que no está tan mal. Quizás hasta fingió su desmayo para que le tenga lástima.

—No tengo inyecciones para darte —contesto. Él esboza una media sonrisa y se acerca a mi oído.

—Pero yo sí. ¿Dónde las preferís? ¿En la boca o en la cola? —interroga arqueando una ceja.

Siento mi cara roja y me atraganto con mi propia saliva. Sacudo la cabeza y me alejo.

—Podés irte a descansar a tu casa —manifiesto—. Me parece que todavía estás un poco tonto.

Se pone de pie con velocidad y se tambalea, pero me sigue hasta el mostrador.

—Eve —me llama. No puedo evitar reír y lo miro con las cejas arqueadas—. Sé que no te llamás así, pero da igual.

—Sí, me llamo así —replico sonando convencida. Hace una mueca de incredulidad.

—Bueno, morocha, no voy a irme a mi casa.

—Sí, te vas a ir porque acabás de desmayarte, Andrés. Y necesitás recuperarte para mañana, sos más necesario como cantante que como mesero —expreso con tono autoritario. Frunce el ceño como un nene chiquito enojado y suspiro—. Eso no funciona conmigo.

—Entonces acompañame a casa, tengo miedo de ir solo.

—Le voy a decir a tu cuñada que te lleve. —Chasquea la lengua y sonrío—. No pienso acompañarte.

—¿Me tenés miedo? —pregunta—. Vamos, prometo que no te voy a tocar, ni seducir.

—No te creo nada.

—Está bien, probablemente te voy a intentar seducir, pero no te voy a tocar, eso te lo aseguro.

Suspiro y le hago un gesto a Celeste para que me cubra. Siempre dejo que Andrés se termine saliendo con la suya, no tengo fuerza para pelear contra él y ya estoy cansada de decirle que no todo el tiempo.

Una difícil conquistaWhere stories live. Discover now