Olor amargo

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Laini

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Laini

Ser más inteligente que sus demás compañeros era un problema. No paraban de tenerle envidia y de decirle que sería mejor que usara anteojos redondos para completar su imagen de niña nerd.

Ciertamente eran palabras muy crueles para niños de primer grado de primaria, pero Laini sabía que no podía juzgarlos. Se notaba que tenían una falta de atención en sus casas —Sandra lo había comentado muchas veces— y se desquitaban en la escuela con el primero que encontraran. A ella no le importaba, a pesar que no tenía muchos amigos como su hermana mayor, estaba bien porque sus profesoras eran muy amables con ella y le permitían calentar su almuerzo en la oficina principal.

Además todas las tardes Sandra iba por ella y jugaba un rato con Katia en el parque, después hacían tareas y tenía toda la tarde para jugar o ver televisión.

Por eso no le importaba ser solitaria si fuera de la escuela su vida era tan feliz.

Al entrar del recreo saltó para alcanzar a subirse a su asiento sin dificultad. A sus cinco años, seguía siendo demasiado bajita de estatura pero su mamá le decía que en poco tiempo crecería mucho y estaría casi del mismo tamaño que su hermana. Estaba ansiosa porque ese momento llegara.

Cuando consiguió acomodarse en su asiento, que era justo el de enfrente al lado del escritorio de la profesora, vio a un niño desconocido entrando al salón, acompañado de la directora de la primaria. Le resultó extraño que estuviera llegando alguien nuevo después del recreo.

—Buenas tardes, alumnos —los saludó la directora siendo muy fría. Esa mujer parecía no querer mucho a los niños—. A partir de hoy se unirá a ustedes su nuevo compañero, estuvo ausente por problemas de salud, así que ayúdenlo a ponerse al corriente con todas las materias. Es todo, esperen a su profesor para iniciar las clases.

Y sin añadir nada más se salió.

El niño de cabellera castaña y ojos café claro, parecidos a los de ella, se quedó de pie totalmente intimidado, no dejaba de ver al piso y jugar con los tirantes de su mochila. Se dio cuenta también que no estaba vistiendo el uniforme de la primaria, solo llevaba un pantalón negro y una camisa de botones blanca.

Ninguno de sus compañeros le estaba prestando atención, todos estaban hablando con el compañero de al lado por eso cuando el niño levantó la vista fue fácil que sus ojos se conectaran. Ella era la única al tanto de su presencia.

El asiento de su lado izquierdo siempre estaba desocupado porque nadie quería estar enfrente de los profesores así que entre el ruido de su salón decidió levantar la voz para hablarle al niño nuevo.

—Aquí hay un asiento —señaló con su manita izquierda—. Es cansado estar de pie.

La cara del niño cambió por completo y asintió antes de correr hasta el asiento que ella se señaló. Se sentó colgando su mochila a un costado y permaneció viendo fijamente al pizarrón verde que no tenía nada más que la fecha anotada 27 de Agosto.

30 días para enamorarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora