Estrella fugaz

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Capítulo 13

"Estrella fugaz"

Giró un poco para estar más cómoda y seguir durmiendo pero en su lugar cayó al suelo dándose cuenta que no estaba en su cama, ni en su cuarto, mucho menos en su casa por lo que con el hombro dolorido abrió los ojos para ver las pantuflas que Martín llevaba la noche anterior. Siguió levantando la mirada viendo a su paso unos pants gris oscuro —ese hombre sí que tenía un serio problema con ese color— una playera blanca y la cabeza caída hacia atrás.

Se levantó del suelo sobándose el hombro pero verlo dormido con la boca entre abierta le divirtió. Caminó detrás del sillón y con ambas manos cerca de las mejillas de Martín gritó dándole fuertes palmadas haciéndolo despertar de golpe.

—¡Qué dolor! —fueron las primeras palabras de Martín ese día. Se llevó ambas manos a cuello y empezó a girarlo con lentitud. Podía imaginarse el dolor que sentía pues ella muchas veces había dormido así, por eso le apartó las manos del cuello y colocó las suyas alrededor haciendo movimientos circulares con sus dedos pulgares.

La piel de Martín se erizó al instante.

—Vamos, mis manos no están tan frías —soltó con una risa.

—Eso crees tú. Igual creo que no hay necesidad —le apartó una de sus manos para poder voltear en su dirección—. Este dolor no se irá en todo el día. Estoy seguro.

—Como quieras —se encogió de hombros y rodeó el sillón de nuevo para sentarse a su lado—. ¿Se volverá un hábito dormir en la sala cada vez que venga a tu casa?

—¿Qué podía hacer si te dormiste sobre mí? —le preguntó acusándola pero ella le golpeó el hombro a modo de juego.

—Oh, vamos. Soy compacta, pudiste hacerme a un lado y ya.

—¿Y dejarte aquí sola? Incomoda y con la posibilidad de que entre un ladrón y seas lo primero que vea.

—Por eso preferiste quedarte a pasar incomodidad y peligro conmigo. Tiene lógica. Además —peinó su cabello con ambas manos acomodándolo sobre sus hombros—, cualquiera debería sentirse privilegiado de ser lo primero que sus ojos vean. No siempre puedes ver una belleza pelirroja.

—Por supuesto —Martín le sonrió y ella sintió como esa sonrisa se fue instalando en su rostro también con solo verlo—. ¿Quieres café?

—La pregunta me ofende. Iré al baño y cuando salga debe estar en la mesa listo para ir a mi estómago —se levantó y corrió al pasillo que conducía al baño.

Apenas entró abrió la llave del lavabo y se apresuró a mojar su cara que tenía una apariencia rojiza. Era normal amanecer así por el tono tan claro de su piel pero había agarrado el truco de mojar su rostro con agua fría en las mañanas, incluso en invierno, para recuperar un tono parejo. Además sin ese color rojizo podía hacer notar un poco más sus pecas que no eran muy visibles.

Seguro era una de las pocas pelirrojas naturales que no poseía esa característica.

Cuando era niña muchas veces volteó a ver a su hermana con envidia para preguntarle por qué ella era la menos parecida a su mamá. ¿Por qué su cabello no era tan rizado? ¿Por qué sus pecas no se notaban tanto? ¿Por qué el tono de su cabello era más intenso que el de ellas? ¿Por qué? ¿Por qué?

Lanzó un suspiro y secando su cara salió del baño encaminándose a la cocina donde apenas entró vio una taza de café humeando sobre la mesa. Arrastró la silla para poder sentarse y tomó la taza entre sus manos manteniéndose pensativa.

30 días para enamorarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora